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La casa de Cano Lasso

Cano Lasso construyó su casa solo seis años después de terminar la carrera de arquitectura y en ella materializó tres características que, años más tarde, identificarían muchas de sus obras: la contención, la discreción y un dominio absoluto de los espacios. Hoy os invitamos a descubrir cómo comenzó su andadura uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XX. Primero, su casa, luego las que hicieron historia.

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Nacho Carratalá

 

 

La sobriedad de la arquitectura de Cano Lasso quizás no haya jugado a su favor para ser reconocido como el gran arquitecto que fue. Sin embargo, en los últimos años, en parte gracias a la labor de sus cuatro hijos arquitectos, su trabajo está siendo reivindicado por antiguos colegas de profesión y urbanistas. No solo por su calidad técnica, sino también por su fantástica integración en el entorno, especialmente sus proyectos residenciales, como el de la Calle Basílica de Madrid: un gran edificio de ladrillo con miradores poligonales que nos retrotrae al mejor racionalismo de Gutiérrez Soto. De hecho, en él consiguió combinar con acierto muchas de sus influencias, desde el racionalismo holandés hasta la arquitectura histórica de Juan de Herrera o Villanueva, de quienes se declaraba seguidor.

 

 

Precisamente de esta ambivalencia entre la tradición y la modernidad surgió un estilo propio, en el que el respeto por los materiales autóctonos y el paisajismo, unidos a una voluntad de atemporalidad, conformó un racionalismo de ladrillo, tal y cómo él mismo lo definió. A sus fantásticas casas unifamiliares, debemos sumar ejemplos tan brillantes como las viviendas sociales de Badajoz o Santiago de Compostela, así como la Universidad Laboral de Almería, o el Centro de Formación Profesional de Vitoria, proyectado junto al genial Campo Baeza. Una lista que se nos queda muy pequeña, pero que nos ayuda a entender la relevancia profesional de este gran maestro de la arquitectura contemporánea.

 

 

 

El proyecto

 

 

Su casa fue su primer proyecto de vivienda unifamiliar. Luego vendrían más, muchas de ellas en la misma urbanización de La Florida en Madrid. Pero antes de hablar de las que hizo para sus vecinos, vamos a viajar a 1956, a este pedazo de tierra parcelada entre la A-6 y el monte de El Pardo, junto a otros residenciales coetáneos como Casa Quemada o Ciudad Puerta de Hierro. Allí donde ahora luchan en ostentación villas de dudoso gusto, entonces se encontraba un paraje de gran riqueza natural, un remanso de paz en el que Cano Lasso, fiel a su filosofía compró una parcela de 2500 metros cuadrados para construir una casa en la que la vegetación y la relación entre el interior y el exterior marcaron el desarrollo del proyecto.

 

 

En este sentido, la casa se sitúa abrazando el espacio exterior habitable, por lo que, al contrario que las otras propiedades que la acompañan, la casa de Cano Lasso no necesita un gran muro que la separe de la calle. Al contrario, basta con un murete blanco de apenas un metro de altura, pues es la arquitectura, como un segundo muro, la que garantiza la privacidad y marca los límites entre el espacio habitado y el espacio de transición. Una solución que nos recuerda en cierta medida a la Casa Sert en Massachusetts y que, junto a las pérgolas y el abundante follaje asegura la intimidad de las estancias privadas.

 

 

 

Vista desde fuera, enseguida se aprecia que el arquitecto no renunció a su gusto por el uso del ladrillo. A pesar de la blancura de los volúmenes que componen la casa, es ladrillo visto el material de acabado, tanto exterior como en muchos paramentos interiores, solo que encalado. Esta elección también responde a esa doble dimensión, aparentemente contradictoria, entre racionalista y tradicional, solo que, en esta ocasión, además, ha ayudado a conservar los muros en mejor estado que otras viviendas de la urbanización en las que el ladrillo se dejó en crudo.

 

 

Como detalle innovador en su época, llama la atención el uso del corcho en los techos. Al fin y al cabo, se trataba de un material cuya comercialización en la construcción no había comenzado hasta los mismos años 50 y siempre como alternativa a la madera en pavimentos, no como aislante para techos. Y menos aún dejando el material a la vista.

 

 

 

La casa que crece.

 

 

Al igual que Fisac, Cano Lasso también fue ampliando su casa, aunque de manera distinta. Lo hizo en altura, al contrario que Fisac. Y también en sentido opuesto incluyó el estudio como una parte integrante del lenguaje compositivo del edificio, no como un cuerpo externo, exento y formalmente distinto. Es por ello que, en este artículo, si vamos a hablar del estudio, pero antes, vamos a ver un poco la distribución original.

 

 

La composición de los espacios es sencilla. Entramos a un gran vestíbulo y podemos elegir; de frente, una puerta pequeña nos lleva a los dormitorios y la derecha una gran puerta corredera nos abre paso al salón comedor. En este último espacio, nos encontramos con una gran superficie dominada por dos elementos, la pared de ladrillo visto encalada y una enorme ventana con jardinera que nos recuerda a las del arquitecto danés Arne Jacobsen. En cuanto a la zona de dormitorios, tras la pequeña puerta se abre un enorme pasillo que servía de cuarto de juegos, ya que, salvo la habitación principal, el resto cuentan con unas dimensiones más bien reducidas, lo esencial para dormir y, si acaso, estudiar, lo que traslada el resto de actividades a las zonas sociales de la vivienda.

 

 

Justamente fue ese gran distribuidor el que aprovechó el arquitecto para instalar la escalera que conduce a la primera ampliación; una nueva planta de dormitorios sobre la original, que, no obstante, mantiene las reducidas dimensiones de las habitaciones inferiores y la amplitud del distribuidor. La verdad es que, visto por fuera, el nuevo añadido parece haber estado ahí desde el principio; en la fachada principal, las aberturas son discretas, lo justo para iluminar levemente el interior. Tan solo se abren al sur y al oeste, como el resto de la casa.

 

 

No tan certera parece desde fuera la ampliación del jardín de invierno, una prolongación del salón que se resuelve como una suerte de invernadero lleno de luz y vegetación y que termina en un semicírculo acristalado. Así y todo, desde el interior, la ampliación cobra sentido, aunque resulte difícil encajarla en el esquema original del proyecto.

 

 

Todo lo contrario ocurre con el estudio, que ya aparecía contemplado en los primeros planos de la vivienda como “futuro estudio” y cuya construcción parece completar el proyecto. Este cuerpo prismático de ladrillo encalado tan solo dista un patio de la casa. Una vez dentro, los espacios de vestíbulo y trabajo están bañados por la luz cenital de sendos lucernarios, mientras que el despacho del arquitecto cuenta con un enorme ventanal -otra vez, ventana-jardinera- orientado a sur y una sencilla chimenea, apenas un hueco de ladrillo en un muro encalado.

 

 

Llegados a este punto, comprendemos mejor la sencillez de la obra de Cano Laso, pues al fin y al cabo su casa, su primer proyecto construido, fue una declaración de intenciones. Lo mejor del racionalismo, lo mejor de la arquitectura popular; cero estridencias, cero alardes, cero ostentación. Sencillez y naturaleza, dejar que los materiales hablen y que sea la casa la que nos cuente su historia. Poesía de un genio discreto.

 

 

 

FOTOS: www.juliocanolasso.org / www.alfavino.blogspot.com / www.archivosarquitectos.com / www.epdlp.com / www.pinterest.com.

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