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Archilovers

La casa de Higueras

Nadie duda que la arquitectura es arte y que todo arte tiene una técnica. Sin embargo, la técnica puede aprenderse, mientras que el arte tiene un componente innato. Seguramente ese factor no cuantificable es lo que diferencia a un buen arquitecto de un arquitecto genial. Fernando Higueras era un artista y por eso fue un arquitecto genial. Hoy descendemos a la casa que excavó para librarse de un mundo que nunca terminó de aceptar: su Rascainfiernos.

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Nacho Carratalá

En esta serie de artículos, pretendemos conocer a los arquitectos a través de sus casas. En ellas podemos leer su filosofía, su conocimiento; fabular sobre sus hábitos de vida, imaginarlos en el pequeño universo que diseñaron para ellos mismos, sin convencionalismos y sin tener que ceder a los caprichos del cliente de turno. Sin embargo, en el caso de Fernando Higueras, esa actitud la encontramos prácticamente en toda su obra. Seguramente más en la ingente cantidad de proyectos que nunca llegaron a ver la luz –“Peor para la humanidad”, solía decir-, pero también en los que llegaron a materializarse.

Lo convencional no iba con él. Ya en la carrera, en pleno auge del racionalismo, pensaba que “menos, era menos y más, más”, sin que ello lo llevará a un barroquismo gratuito. También pensaba que los edificios de Moneo, con quien firmó la famosa Corona de Espinas, eran “edificios adefesios”. A Oriol Bohígas lo llamaba Oriol Boñigas y su opinión sobre de Sáenz de Oiza o De la Sota iba por el mismo camino. Aunque su problema no era lo que pensase, sino lo que decía. Y decía todo lo que pensaba. Como consecuencia, a los 73 años, definía así su situación profesional: “No tengo encargos ni clientes y no me conoce nadie. Soy consciente de que mi enemigo más duro he sido yo. La vida que tengo y decir lo que digo tiene un precio, que es no tener trabajo. Pero soy multimillonario en tiempo”.

Su genio, tanto en lo genial como el mal humor, no conocía límites. Antes de ser arquitecto, en 1954 y en 1957 gano sendos premios nacionales de Bellas Artes, o “Birrias Artes”, en sus propias palabras. También era un fantástico guitarrista y, a pesar de no ser reconocido en su momento, si llevó cierta vida de rock star. De sus relaciones con las drogas, a un periodista de El Mundo le confesó haber consumido cocaína a diario desde los 50 a los 65 años y, en cuanto al sexo, al mismo periodista le comentó que, en la casa que hoy nos ocupa, había grabado 2.717 películas porno. Dos récords difícilmente verificables que, no obstante, nos dejan una conclusión indudable: a Higueras le divertía escandalizar.

El Rascainfiernos

La historia de la casa tiene un comienzo de novela. Resulta que el dramaturgo Paco Nieva, gran amigo de Higueras, solía leerle el Tarot y, allá por 1974, no paraba de salirle la carta de la muerte. No es que el arquitecto creyese mucho en las artes adivinatorias de su vidente particular, pero aquello empezó a preocuparle. Nieva le había dicho que en tres años lo veía “bajo tierra y con un ciprés encima” y  el arquitecto decidió tomárselo al pie de la letra. En 1975 comenzó a excavar con pico y pala el patio trasero de su casa familiar en Ciudad Jardín. Cuando la obra terminó, plantó un ciprés.

La decisión aportaba un aliciente extra. No solo le permitía escapar de la muerte y cumplir con las predicciones de su amigo, sino que también le ofrecía la posibilidad de salir del hogar que compartía con su primera mujer y sus cinco hijos. Por aquel entonces, su matrimonio con María Elena de Cárdenas, hija del arquitecto del Edificio Teléfonica, estaba prácticamente roto y Fernando Higueras vivía en su estudio de Avenida de América. Por tanto, podría decirse que, en cierta forma, este proyecto supuso volver casa. Una casa que ya no abandonaría hasta su muerte en 2008.

El concepto que marcó el diseño de la vivienda, el Rascainfiernos, lo tomó prestado de su proyecto para la Ciudad de las Gaviotas, un espectacular complejo residencial excavado en un acantilado de Lanzarote. Pues bien, en esta ocasión no había acantilado, pero si hubo que hacer un buen agujero. Concretamente uno de 9×9 metros de planta por otros 9 de profundidad, que son a doble altura en el espacio del lucernario. Cuentan que Higueras decidió no aparecer mucho por allí, para no tener que vérselas con su indignada esposa, a quién todo aquello la pilló por sorpresa.

Lo cierto es que, una vez dentro, todo es silencio, lo que debió de ser un cambio enorme con respecto a su estudio y más aún con respecto a la casa familiar. La sensación es la de haber detenido el tiempo. La luz cenital –“luz genital”, según Higueras-, una constante en todo su trabajo, adquiere aquí un protagonismo absoluto. Al fin y al cabo, es la única que entra y lo hace a través de cuatro claraboyas de 2×2. Casi 20 metros cuadrados de ventana cuya luz inunda literalmente cada rincón de la casa. Desde las estancias superiores, hasta el estudio inferior, donde justamente bajo la ventana, el arquitecto colgó una enorme hamaca en la que tumbarse a mirar el cielo y la vegetación.

Por último, no podemos olvidar la excelente climatización del Rascainfiernos. En invierno, la temperatura no baja de los 16 grados y, en verano, se queda en unos prudentes 26. Todo un logro para el clima extremo Madrid, pero, sobre todo, un hito en un momento en que la sostenibilidad no tenía ni nombre. Si Higueras lo consiguió, fue por su conocimiento de la arquitectura tradicional y por su absoluta falta de convencionalismos a la hora de materializar sus ideas, ya fueran sobre arquitectura, pintura, música, o alguna frase lapidaria de esas que le han sobrevivido: “A pesar de lo mal arquitecto que era, (Le Corbusier) ha sido el primer propagandista genial de la historia del arte moderno”. Ahí queda eso.

FOTOS: Fundación Fernando Higueras, Metalocus, Openhousemadrid, Idealista.

FUENTES: Conferencia de Fernando Higueras en el Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón (16/02/2006), Fundación Fernando Higueras, Icon Design, Jotdown, Plataforma Arquitectura y Vaninty Fair.

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