En la vida de Souto de Moura, los lugares juegan un papel fundamental, porque, transcurrido un tiempo, sus edificios revisitan escenarios que fueron cruciales en su carrera. El Estadio Municipal de Braga, su proyecto preferido, fue en algún momento la casa en la que nació su padre. O la Pousada de Santa María do Bouro, restaurada por él y donde, años antes, su tío ejerció la medicina y su madre se recuperó de una enfermedad. Casualidades que nos hablan de un mundo pequeño que ha ido creciendo a medida que el arquitecto lo construía. Lugares anónimos predestinados a ser universales.

Precisamente con él afrontó su primer proyecto, el Mercado de Carandá, en Braga. Un edificio que hizo ciudad y que fue más paisaje que construcción. Por la ubicación del solar, una granja en mitad de la ciudad, justo encima de una colina, Souto de Moura decidió bajar en lugar de subir: cortó la colina en su centro y creó un talud delimitado por un larguísimo muro de piedra. Sin demasiada altura, solo la suficiente para que la cubierta quedase a ras de suelo. Una cubierta de hormigón plana, sostenida por dos filas de columnas, a cuyos lados se disponían los puestos de venta. En el exterior, al finalizar la pendiente, el muro emergía del terreno, dejaba de ser de contención y se mantenía sobre el terreno llano, proyectando el espacio construido y dando cuenta de la presencia del edificio.

Pero, más allá de su estética impecable, fue un mercado que nació para trascender su función. Se buscaba conectar la ciudad, tejer la trama urbana y crear una calle cubierta, que sirviese de elemento de cohesión espacial y social para el barrio. Y lo consiguió con creces, quizás demasiado. En palabras de Souto de Moura, ese crecimiento urbano “ocurrió excesivamente, y el mercado pereció asfixiado entre escuelas, discotecas y la especulación desenfrenada”. Por ello, cuando su actividad como mercado dejó de tener sentido y su delicado estado estructural demandaba una intervención urgente, su arquitecto decidió demolerlo. O deberíamos decir “replantearlo”.

El interior, que había nacido para ser una calle, se transformó por fin en exterior. De Moura eliminó la cubierta y creó un pasaje ajardinado, flanqueado por las antiguas columnas descabezadas, sosteniendo el vacío y con la armadura del hormigón retorcida contra el cielo. Parece un pedazo moderno de Pompeya; la repetición clásica, la sucesión de columnas… Tiene el ritmo visual de un peristilo romano y la textura ferruginosa de una ruina industrial. El escenario perfecto para dar cabida a una nueva función: escuela de música y centro cultural. Tras décadas, un nuevo agente de cohesión espacial y social. Un uso distinto, con un mismo cometido.

Porque en verdad se da esa suerte de revisión o reinterpretación en sus proyectos, incluso en aquellos que parecen libres de cualquier condicionamiento histórico, como el Estadio Municipal de Braga. Ya hemos adelantado que es su obra favorita y que, en donde ahora se juegan partidos, estaba la casa en la que nació su padre. Pero hay más y también tiene que ver con su padre y con otro estadio, uno más antiguo: una buena muestra de arquitectura fascista, que sigue en uso en la misma ciudad, el Estadio 1º de Maio. Allí iba de niño a ver los partidos, pero no se sentaba en las gradas, sino en la ladera del monte Picoto, donde el edificio se abría y permitía a los aficionados asistir a los encuentros deportivos sin necesidad de pagar entrada.

Muchos años después, Souto de Moura proyecto su estadio para la Eurocopa en una espectacular cantera de granito a los pies del monte Castro. Y los aficionados siguieron asistiendo a los partidos libremente desde su cima, gracias esa visión tan social de la arquitectura que tiene el Pritzker portugués. En ella, una vez más, el pasado y el presente convergen. En edificios distintos, de autores distintos, pero con idénticas funciones: el deporte como elemento transversal y la transformación de un recinto exclusivo en un paisaje inclusivo.

Tanto el mercado como el estadio reflejan de una manera de entender la profesión y su responsabilidad para con la sociedad; su poder de transformación y sus efectos reales en el día a día de los ciudadanos. Por supuesto, hay muchos otros edificios suyos que merecerían estar aquí, y nos lo apuntamos en la lista de “pendientes”, pero nuestra intención era más perfilar a la persona tras el personaje, dejando que su primer proyecto y su proyecto preferido hablasen por él.

Por nuestra parte, nos enorgullecemos de contar con uno de sus edificios entre nuestras promociones: The One, en Lisboa, es fruto de una intensa colaboración con Souto de Moura para cumplir uno de nuestros propósitos fundacionales; llevar la arquitectura residencial a su máximo nivel. En este proyecto tan especial, seguimos la estela de Palmares, Ikon o The Edge y demostramos que los nombres de oro de la arquitectura contemporánea, más allá de las grandes obras públicas, son igualmente brillantes cuando recuperan la función primigenia de su profesión: construir hogares.

Todos tenemos en mente el maravilloso Pabellón de Portugal, proyectado Álvaro Siza para la Expo 98 de Lisboa. Su cubierta suspendida, como un gran toldo de hormigón, fue la primera opción para cubrir el Estadio Municipal de Braga. De hecho, si nos fijamos en los graderíos, parecen especialmente pensados para soportar la tensión de una estructura así y, sin embargo, esta opción se desechó. En su lugar se optó por una más sencilla, metálica, que solo cubre las gradas. El porqué hay que buscarlo en costes de ejecución, dificultad de construcción y otros etcéteras. Pero nosotros pensamos que dejar una vista despejada del terreno de juego desde la ladera del monte Castro también pesó en la decisión final. Conociendo a Souto de Moura, pesó mucho.

TEXTO: Nacho Carratalá

IMÁGENES: Alamy y Kronos Homes.

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