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Tokio, la ciudad del futuro

Tokio es un mundo aparte; más que una ciudad, un concepto. Una idea que trasciende lo material para convertirse en el símbolo de una de las culturas más fascinantes del planeta. Hoy visitamos la mítica capital de Japón para conocer, no solo su arquitectura, sino su historia y sus valores. Una pequeña panorámica para tratar de comprender cómo se ha construido la ciudad que vive en el futuro sin renunciar al pasado.

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Un mundo abrumador

Todo aquel que visita Tokio por primera vez tiene la impresión de que el mundo se desborda a su alrededor. Mientras miles de personas caminan sin apenas detenerse, el recién llegado no puede evitar alzar la mirada hacia todas y cada una de las cientos de pantallas que lo rodean. Anuncios en movimiento, sonidos, músicas y colores nos asaltan en cada punto de nuestro campo visual. Cascadas de píxeles que cubren las fachadas de los edificios, mientras los tokiotas cruzan de un lado a otro por lugares tan imposibles como el Scramble Koutasen, en el tecnológico barrio de Shibuya. Precisamente, junto a este icónico paso de cebra, que habrás visto en películas como Lost in Translation, se sitúa el principal punto de encuentro de la ciudad: si has quedado con alguien en Tokio, seguramente os veréis junto a la estatua de Hachiko, el perro que esperó a su amo durante más de nueve años. Eso sí, habrá tanta gente buscándose entre sí que quizás no lleguéis a encontraros.

 

 

 

Un mundo en construcción

Resulta fácil quedarse solo en la faceta futurista. Al fin y al cabo, es tan hipnótica que cuesta ver más allá. Sin embargo, eso sería solo arañar la superficie. De hecho, como ya vimos en nuestro artículo sobre los Pritzker japoneses, el país nipón es una potencia arquitectónica mundial de primer orden. Podría decirse que Japón siempre está en construcción, pero, a pesar de ese espíritu innovador, también existe un profundo respeto a la historia, a la espiritualidad y a los orígenes de su cultura. Una doble responsabilidad que permite la convivencia de los edificios del período de los shogunes con los nuevos rascacielos y los primeros edificios que modernizaron la arquitectura japonesa. Una línea temporal de 500 años en forma de construcciones que resisten y se preservan a pesar de los muchos azares por los que han pasado, desde terremotos a bombardeos.

Precisamente, tras la Segunda Guerra mundial, con un 80% de la ciudad destruida, Le Corbusier encontró el punto de unión entre la arquitectura tradicional japonesa y el movimiento moderno que abanderaba junto a Mies van der Rohe o Gropius. El maestro del racionalismo pronto vio las semejanzas entre uno y otro estilo; la simplicidad, la importancia de la proporción, la limpieza de las formas, la pureza de los materiales y los espacios diáfanos. Todas las coincidencias que se concretaron en el Museo Nacional de las Artes Occidentales, el edificio que resultó ser el punto de partida para la revolución de la arquitectura japonesa. Un proceso protagonizado por una serie de arquitectos capaces de reinventar los principios esenciales de la cultura nipona y aplicarlos a la arquitectura moderna. El resultado, como habrás podido comprobar, ha sido un éxito sin precedentes que funciona igual de bien dentro y fuera de sus fronteras.

 

 

 

Un mundo dentro del mundo

A pesar de su fuerte personalidad, hemos visto cómo la cultura y la arquitectura japonesa han sabido abrirse a las corrientes internacionales. Algo inevitablemente relacionado con la vanguardia tecnológica que siempre han encabezado, una vanguardia que consolidó Japón como potencia mundial y la convirtió en el objetivo de las principales marcas comerciales de occidente.

Si Shibuya es el distrito tecnológico, las zonas de Ginza, Aoyama y Omote-Sando son el paraíso del lujo. Algo que tampoco tendría demasiado interés, si no fuera por la estrategia de ciertas empresas para hacerse notar en medio de un ambiente tan exclusivo: competir arquitectónicamente por tener la mejor tienda. Un objetivo cuya dificultad exige la participación de algunos de los mejores arquitectos del mundo, como Herzog & De Meuron y Renzo Piano; y también japoneses, como Kumiko Inui, o Aoki Jun, entre otros. Una buena muestra de cómo ambos mundos se encuentran, incluso en lo comercial, a través de la arquitectura.

 

 

Photo: Pinterest. Photo portada: Alex Knight

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