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Unbuilt: la Ópera de Madrid

En nuestra segunda entrega de Unbuilt, visitamos AZCA, ese fascinante laberinto entre rascacielos donde se cruzan yuppies, familias, jóvenes de botellón, miembros de bandas, pijos de libro y autobuses de turistas asiáticos armados con fajos de billetes. Un mundo aparte que dista mucho del proyecto original y en el que falta su edificio principal: la Ópera de Madrid.

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Nacho Carratalá
Vista nocturna de AZCA.

Todo lo que acabamos de leer en la entradilla, tan sugerente, se viene abajo con solo descubrir el significado de AZCA. Una palabra que la mayoría de los madrileños pronuncian sin tener ni idea de lo que significa. Y tal vez sea mejor así, para seguir con el aura de misterio. Aunque ¿a quién no le gusta desmontar mitos? ¿Preparados? Ahí va: “Asociación Mixta de Compensación de la Manzana A de la Zona Comercial de la Avenida del Generalísimo”. Vamos, que AZCA es una acrónimo, pero un acrónimo de los buenos, de esos que tienes que coger las letras a puñados y saltarte unas cuantas palabras. Eso sí, nadie va a discutir que AZCA suena bien, porque en la boca tiene algo de las líneas de Nazca y otro tanto de la cultura Azteca. Todo muy evocador y mucho mejor que las siglas AMCMAZCAG. Dónde va a parar.

Esquina sureste de AZCA antes de su urbanización.

Pues bien, corría el año 1941 cuando el arquitecto Pedro Bidagor comenzó a trabajar en un proyecto de urbanismo que derivó en el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid de 1946. Una iniciativa llevada a cabo durante los primeros años de la dictadura, con Falange en su época de mayor influencia. De ello se deriva que el denominado Plan Bigador cumpliese con los criterios proteccionistas y antiliberales típicos del urbanismo fascista italiano. Entre ellos, llaman la atención dos: por un lado, la creación de una política pública del suelo que limitase la especulación y, por otro, la construcción de zonas comerciales que diesen vida al ensanche y descongestionasen el centro. Precisamente este último fue el caso de AZCA. En cuanto a la política para evitar la especulación…

Maqueta del proyecto de AZCA de Antonio Perpiñá.

Y el terreno elegido fue la Manzana A, es decir, 19 hectáreas limitadas por el Paseo de la Castellana, Raimundo Fernández Villaverde, la calle Orense y General Perón. Un enorme solar donde la constructora Huarte solía probar maquinaria pesada y donde el arquitecto Antonio Perpiñá quiso construir el Rockefeller Center Madrileño. Su proyecto ganó el concurso internacional de 1954 y, tras múltiples reformas, se aprobó su ejecución en 1964. En él encontramos tres anillos subterráneos de túneles con aparcamientos, dos niveles peatonales en superficie, una gran estación ferroviaria, unas cuantas torres de oficinas y lo que nunca llegó a ver la luz: un jardín botánico, una biblioteca y el corazón de AZCA, un gran teatro de la Ópera, que ocupaba el centro y en torno al cual se distribuían las demás edificaciones. Hoy, en su lugar, encontramos la Plaza de AZCA, un espacio improvisado, que en realidad es más un vacío más que una plaza.

Vista aérea de AZCA en los 90, con el desaparecido Edificio Windsor a la izquierda

Pero ¿por qué no se llevó a cabo la Ópera?

El teatro que se construyó… Una y otra vez

El Teatro Real desde la Plaza de Oriente.

Primero debemos tener en cuenta que el Teatro Real nació herido de muerte. Desde su inauguración en 1850, tras 32 años -si, 32 años- de obras, el gran sarcófago de la música comenzó a agrietarse por todas partes. No obstante, pese al enorme riesgo -más grande aun teniendo en cuenta las vibraciones y la cantidad de gente que asistía a las representaciones- el Real tuvo sus años de gloria durante 75 temporadas. Justo hasta 1925, cuando la grieta más preocupante se abrió tanto que el edificio fue declarado en ruina.

Fachada original de la plaza de Oriente.

La inestabilidad del terreno, unida a los problemas de cimentación, precipitaron algo que se veía venir y que el arquitecto encargado de “vigilar” el teatro ya había advertido meses antes. Como medida de emergencia, se apuntaló la fachada de la calle Vergara y, mientras tanto, las cañerías se rompieron, los palcos se agrietaron y varias zonas se inundaron. Entonces fue la primera vez que el fantasma del derribo sobrevoló el destino de la Ópera madrileña. La segunda fue solo dos años después, cuando el alcalde de la ciudad, el Conde de Vallellano pidió al Estado que la demoliese y cediera los terrenos para ampliar los jardines de la Plaza de Oriente. Un guante que, muchos años después, recogió Franco, a quien le sedujo la idea de tener una perspectiva despejada del Palacio Real desde la plaza de Isabel II.

Estado del Teatro Real tras la Guerra Civil.

Lo cierto es el maltrecho teatro fue utilizado como polvorín durante la Guerra Civil y, como no podía ser de otra manera, el polvorín explotó. Su estado era crítico y, aunque se había intentado restaurar, el Real era una máquina de perder dinero: 60 millones de pesetas en 1952, otros 75 en 1954… Cantidades que se quedaron pequeñas cuando la Fundación Juan March puso encima de la mesa 400 millones. Pero no para restaurar el viejo Teatro Real, sino para construir uno nuevo, grande, moderno y vanguardista. ¿Dónde? Efectivamente, en la Asociación Mixta de Compensación de la Manzana A de la Zona Comercial de la Avenida del Generalísimo. AZCA para los amigos.

El teatro que nunca se construyó

Proyecto ganador del concurso para la construcción de la Ópera de Madrid

Ahora que hemos cerrado el círculo, comenzamos a dibujar una espiral que nos llevará a un punto tan vacío como la Plaza de AZCA y que empieza en 1963. En ese año, se convocó un concurso al que se presentaron más de 400 proyectos, entre los que descubrimos verdaderas joyas, como la propuesta de Fernando Higueras, la de Fisac, la brutalista de Fernández Longoria, o la montaña de Juan Daniel Fullaondo.

Proyecto de Fernando Higueras.

El proyecto de Higueras tenía la disposición circular que había ensayado en su Corona de Espinas y el esquema compositivo del fantástico proyecto para el edificio polivalente de Montecarlo. Una ópera monumental y moderna con un diseño inconfundible, en la que sus grandes cubiertas se aprovechaban para ser utilizadas como terrazas habitables repletas de vegetación.

Proyecto de Miguel Fisac.

Por su parte, la propuesta de Fisac era más conservadora, pero muy elegante y concordante con los edificios planteados en el primer proyecto de AZCA. Una visión de conjunto muy propia del genial arquitecto manchego que coincidía en su enfoque con otros dos proyectos, el de Barberá y Holzmeister, ganadores el segundo premio, y el de Rafael Aburto, aunque este último contaba con una torre muy característica.

Proyecto de Rafael Aburto.

Por último, la ópera-montaña de Fullaondo merece una mención propia. Es indudable que se trata de la propuesta más espectacular. De hecho, sus formas nos recuerdan a las de la iglesia que Gottfried Böhm construyó en Neviges, solo que con unas dimensiones mucho mayores y un impacto visual proporcional a su magnitud.

Proyecto de Fullaondo.

Sea como fuere, a pesar de todo, el 19 de mayo de 1964 el concurso lo ganaron tres arquitectos polacos, Jan Boguslawski, Bohdan Gniewiewki y Marcin Boguslawski, junto a la escultora Marja Leszczynska. O lo que es lo mismo: “una panda de comunistas”, según resonó en los pasillos y despachos del Ministerio de Educación Nacional. Como es lógico, Franco no iba a permitir que la Ópera de Madrid la construyesen quienes habían ganado el concurso, lo cual habla muy bien del jurado y no desvela nada nuevo sobre la dictadura.

Sala principal del proyecto ganador.

No obstante, para ser justos, hay que reconocer que se les entregó el premio. Eso sí, en el aeropuerto de Barajas y con la tarjeta de embarque en la mano. Lo que vino después fue un proceso judicial que terminó en 1966 con una negociación entre la Fundación March y los arquitectos polacos. 2.750.000 pesetas más tarde, el Estado español tenía vía libre para construir el proyecto finalista de Barberá y Holzmeister.

Proyecto de Barberá y Holzmeister.

El problema es que nadie había caído en la cuenta de que ese proyecto no había ganado porque excedía el presupuesto por mucho, llegando a rondar los 600 millones de pesetas. Así que, a pesar de que la Fundación March había ampliado su contribución hasta los 450 millones, el Gobierno no estaba dispuesto a cubrir la diferencia. En su lugar, rehabilitó como pudo la ruina del Real y en 1966 lo reinauguró como sede del Conservatorio Nacional de Música. Aquel día, sonó la Novena de Beethoven a cargo de la Orquesta Nacional y el Orfeón Donostiarra, En el palco, tras los gruesos cortinajes, aplaudieron Franco y los entonces príncipes de España, hoy reyes eméritos.

Madrid se había quedado sin su gran Palacio de la Ópera.

FUENTES: El Asombrario, El país, Wikipedia, Vaumm, Secretos de Madrid.

FOTOS: Comunidad de Madrid, Teatro Real, Wikipedia, El asombrario, Fundación March, Callejeando Madrid, Vaumm, El País, RTVE, Secretos de Madrid.

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