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Balkrishna Doshi, la modernidad coherente

Con 24 años y recién licenciado, Balkrishna Doshi llamó a la puerta adecuada, la del estudio de Le Corbusier en París. Corría el año 1951 y el dios del movimiento moderno se encontraba inmerso en la creación de Chandigarh, la capital administrativa de los estados indios de Punjab y Haryana. Entre los dos arquitectos se inició una relación que llevaría a Doshi a adaptar los preceptos racionalistas a la arquitectura india… Y a ganar el premio Pritzker en 2018. Tras su fallecimiento, el pasado 24 de enero, en este artículo le rendimos nuestro particular homenaje.

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Nacho Carratalá

Con 90 años, Balkrishna Doshi fue el Pritzker de más edad en recibirlo. Había pasado ya mucho tiempo desde su colaboración con Le Corbusier y, sin embargo, en su discurso de aceptación, no dudó en recordar a su maestro: “Le debo este prestigioso premio a mi gurú, Le Corbusier. Sus enseñanzas me llevaron a cuestionar la identidad y me obligaron a descubrir una nueva expresión contemporánea adoptada regionalmente para un hábitat holístico sostenible”.

Toda una muestra de admiración y modestia. Más aún si tenemos en cuenta el valor de la obra de Doshi y su propio trabajo en Chandigarh, donde participó personalmente en el diseño de los dos edificios más importantes de la ciudad, el Palacio de Justicia y el Capitolio, así como, posteriormente, la sede de la Asociación de Hilanderos y Villa Shodan. Dos proyectos, estos últimos, que, a pesar de ser profundamente corbusianos, dejan entrever un carácter particular; una suerte de brutalismo indio muy característico, que podemos observar en obras de Doshi, como el Lalbhai Institute of Indology de Ahmedabad o el Indian Institute of Management de Bangalore.

Tras la muerte de Le Corbusier, en 1965, Balkrishna Doshi perdió su papel de embajador y mano derecha de su mentor en la India, pero, a nivel profesional, no supuso un golpe muy duro. De hecho, ya en 1962, había tenido lugar otro momento crucial en su trayectoria: durante una estancia como profesor en la Universidad de Pennsylvania, Doshi conoció a Louis Kahn. Si de Le Corbusier había aprendido la universalidad de la arquitectura moderna, de Khan aprendería la vigencia de la arquitectura antigua.

Y lo aprendió como había hecho con Le Corbusier, desde la humildad. Porque el Gobierno indio y el Estado de Gujarat lo habían elegido a él para diseñar el Indian Institute of Management. No en vano, su trabajo en Chandigarh le había dado una enorme proyección, un prestigio que se habría acrecentado si hubiera aceptado el encargo. Sin embargo, Doshi decidió anteponer la importancia del proyecto a su interés profesional: quería a Khan para llevarlo a cabo. Se habían entendido bien y le había impresionado el diseño del estadounidense para la Asamblea Nacional de Bangladesh. Estaba convencido de que su visión monumental y su reputación como arquitecto darían al Indian Institute of Management la relevancia que merecía. Y no se equivocaba.

Durante el difícil proceso de construcción y tras el fallecimiento de Khan en 1974, Doshi se encargó personalmente de que el proyecto se ejecutase según los diseños originales. Hasta el punto de convertirse en una de las obras más representativas del estadounidense. La relación de los espacios, la simplicidad de su monumentalidad , la plaza como lugar de encuentro… Todo nos remite a conceptos clásicos, perfectamente asimilados por una visión moderna. Un éxito arquitectónico y educativo que Doshi quiso replicar en una de sus creaciones más personales: “A Kahn le debo el diseño de la Escuela de Arquitectura de Ahmedabad. Su idea acerca del aula bajo el árbol, las clases interconectadas y abiertas y la educación multidimensional han influido en mi carrera profesional y académica. Uno puede aún percibir su presencia en algunos de estos conceptos”.

Solo a través de Le Corbusier y Khan podemos entender algunos proyectos de Doshi que funden las filosofías de ambos con resultados sobresalientes. El Premabhai Hall y el Tagore Memorial Hall (foto de portada) son dos buenos ejemplos: monumentales, expresivos y modernos. Con una fuerza icónica atemporal. La propia de un edificio público que debe ser un punto de encuentro para la sociedad. Aunque Doshi no limitó su trabajo a las grandes obras públicas, también se propuso crear proyectos de vivienda social que dignificasen el modo de vida de aquellos que más lo necesitaban. Fruto de ese empeño, vieron la luz las viviendas sociales Atira, en 1958; las viviendas para los trabajadores de Life Insurance Corporation LIC, en 1973; o las viviendas de bajo coste de Aranya, en 1983.

 

Tres desarrollos cronológicamente distantes entre sí, que demuestran el compromiso de Doshi con la función social de la arquitectura. Tres proyectos que han cambiado la vida de muchas personas y que son fundamentales para comprender su trayectoria, pero que no son necesariamente los más significativos. Porque hay dos muy especiales. Dos que explican su capacidad creativa y su día a día como arquitecto: El primero, la galería de arte Amdavad ni Gufa, nos traslada a un universo orgánico que se sale de la rigidez racionalista y las dimensiones colosales de Khan. Una cueva iluminada cenitalmente que nos retrotrae a la Maison Bulle de Antti Lovag, o a la Maison Unal de Joël Unal, donde el hormigón crudo se viste con las formas abstractas y los colores primarios del pintor Maqbool Fida Husain.

 

 

El segundo proyecto y el último de este artículo es el propio estudio de Balkrishna Doshi en Ahmedabad. Lo bautizó como “Sangath”, cuyo significado es toda una declaración de intenciones: “Avanzar juntos a través de la participación”. El él, tratándose de Doshi, es difícil no buscar referencias. Las culturales, podrían ser una estupa budista, o la sucesión de etapas de un templo hindú; las arquitectónicas, un aire generalizado a las Maisons Jaoul de Le Corbusier, un teatro al aire libre como el del estudio de Aalto, mosaicos de trencadís a lo Gaudí, una fuente-canal como la del Instituto Salk de Kahn, o unas bóvedas de cañón que recuerdan a la Casa-Estudio de Frank Lloyd Wright.

Un compendio que refleja la mezcla cultural y estilística de su creador. Una mezcla de la que nunca renegó. Muy al contrario. Siempre se sintió profundamente orgulloso de aquellos a los que consideraba sus maestros. Aquellos que forjaron su estilo. En realidad, nunca hubo que leer entre líneas: en el hall de Sangath, nada más entrar, nos reciben una representación de Durga-Parvati, otra de Ganesha y un retrato de Le Corbusier.

 

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