Fue tan auténtico en sus proyectos de urbanismo utópico en Argelia, como cuando diseñó el edificio más caro de Japón, la sede Shiseido en Ginza. Tan auténtico como su propia casa, una fábrica de cemento reconvertida en estudio y en hogar. Una suerte de lugar mágico y romántico, a medio camino entre un castillo medieval, una ruina industrial y una catedral gótica. Probablemente la casa más espectacular que ningún arquitecto haya construido para sí mismo en toda la historia de la arquitectura.
Más aún si la unimos al mítico Walden 7, a solo unos metros de La Fábrica. Un verdadero proyecto-laboratorio que materializó los fundamentos sociales del primer Taller de Arquitectura, el estudio fundado por Bofill junto a algunos de los poetas, sociólogos, arquitectos e ingenieros más destacados de la Cataluña de los años 70. Una Cataluña que formó parte indisoluble de su personalidad, siempre vista desde una perspectiva universal, pero profundamente mediterránea.
Quizás sea ese el hilo conductor de sus proyectos: el mundo y el contexto. Ese abordaje de la arquitectura abrazada por todo lo que después rodeará el edificio. Su convicción de que “imponer un estilo a otras culturas es una locura” es lo que dota de sentido a la riqueza de su obra. No se trata solo de una evolución formal, como arquitecto; también es una evolución espacial y cultural, a medida que fue recorriendo y conociendo el mundo. Por eso el Walden es perfecto en Sant Just Desvern; la Muralla Roja, en Calpe; Les Espaces d’Abraxas, en Paris, el poblado agrícola Houari Boumedienne, en Argelia; o el 77 West Wacker Drive, en Chicago. El brutalismo, el posmodernismo, o la pura interpretación funcional de la arquitectura local son de una modernidad atemporal en manos de Bofill. Porque todos ellos responden a su entorno. Un entorno que se ha analizado de manera integral para que funcione a nivel local.
Muestra de ello son los Jardines del Turia, concebidos para cohesionar el tejido urbano de Valencia y capaces de convertir una herida de kilómetros en la columna vertebral de una ciudad. Un proyecto que inmediatamente nos hizo pensar en él para crear Ikon, el edificio residencial más alto de Valencia. Nos pareció un ejercicio de justicia que fuese Bofill quién lo diseñase; el arquitecto que inició la modernización de la capital valenciana merecía crear el icono que simboliza el éxito de su visión urbana.
De la sinergia de nuestro trabajo surgió otro proyecto en Platja d’Aro y la voluntad de seguir colaborando en muchos más. En Kronos Homes, compartimos su ideal de arquitectura. Admiramos su franqueza, cuando decía que no tenía “perfil de Pritzker” y que no le interesaban los edificios aislados, porque “son un 1% y el resto del mundo es ciudad y vivienda”. Contribuir a la ciudad, crear los lugares donde se desarrolla la vida de la personas tiene un impacto directo en la sociedad. Una responsabilidad enorme para la que su trayectoria y principios eran garantía de acierto.
Por eso acogemos su pérdida con tristeza y con incredulidad. Porque su obra es inmortal, porque pervive y, aún más, “se vive”. Y, también por ello, nos quedamos con el Bofill de la burguesía catalana, el de la revolución de los sesenta y el de la gauche divine de los setenta; el brutalista y el posmoderno, el local y el global, el de los zocos modernos y los rascacielos clásicos; el seductor y el intelectual. El arquitecto y la persona. Genial, honesto, libre y, ahora, más que nunca, universal.
TEXTO: Nacho Carratalá.
FOTOS: Gregori Civera, RBTA y Kronos Homes.