El imperio romano fue una de las civilizaciones que más evolucionó en la calidad de vida de los hogares. Tanto es así que se consideran sus viviendas como el summum de las comodidades en el mundo antiguo, sobre todo las de las familias adineradas: ventiladas, con salida de humo, entrada de luz, además de agua de lluvia e incluso con un sistema de calefacción. ¿Quieres saber cómo eran las casas romanas? Vamos a ello.
En primer lugar, debemos de tener en cuenta que no siempre fueron tan refinadas. En sus inicios –sobre el siglo VIII a. C.–, las viviendas romanas presentaban la apariencia de una tosca cabaña redonda u ovalada con un techo cónico de troncos que había sido recubierto con materiales como las cañas o la paja. Sin embargo, el transcurso de los años trajo consigo un nivel de sofisticación que sigue despertando admiración desde la perspectiva actual.
Sin duda, la cultura helena inspiró a los romanos más pudientes, que añadieron estancias y nuevas incorporaciones a sus casas. Así nacieron las domus romanas, unas viviendas unifamiliares muy semejantes a las que disfrutamos en el presente, pero no todas eran iguales, pues la clase social del propietario se reflejaba también en la vivienda que habitaba.
En función de su economía o su extracción social, existían tres clases de casas:
En cualquier caso, las domus romanas son las que más interés suscitan y, por ello, en este artículo, vamos a centrarnos en ellas.
Los romanos fueron los auténticos precursores del minimalismo, pues en sus viviendas únicamente contaban con lo indispensable para su día a día. Quizás la biblioteca fuera la estancia con mayor presencia de muebles con los scrinia para albergar los rollos, sus asientos y alguna que otra mesa para facilitar la consulta.
Por el contrario, había auténtica devoción por las maderas, los tapices, los vasos, las vasijas, las estatuas, los doseles, las cortinas y las alfombras. Todo esto conformaba los denominados supellex, término para referirse al mobiliario decorativo. Y si hablamos de decoración, tampoco podemos olvidar los frescos de las paredes y los mosaicos de sus suelos, que hoy son una fuente constante de admiración.
Como hemos visto, los romanos prestaban mucha atención a las comodidades y la calidad de vida en el hogar. Por ello, diseñaron sofisticados métodos para calentar sus viviendas sin recurrir a una chimenea, como un sistema de hornos fijos de leña que se construía bajo la casa. Así, el humo y calor circulaban por la parte inferior del piso por unas aberturas creadas bajo el suelo o a lo largo de las paredes en cámaras de aire.
Tampoco les faltaba un adecuado alumbrado, que se lograba a través de antorchas (taedae, faces), candelas (candelae) y lámparas de aceite (lucernae).
En suma, la domus romana, de hasta 120 metros de largo por 30 de ancho, fue una vivienda de ensueño, aunque solo estuviera al alcance de las familias más ricas de la ciudad. Además, sus ruinas nos han permitido conocer a la perfección el estilo de vida de esta cultura.
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