En 1939, Josep Lluís Sert se exilió en Estados Unidos y veinte años después, ya como decano de la Facultad de Diseño de Harvard, ideó su célebre casa-patio. Esta semana os invitamos a descubrir el exhaustivo proceso analítico y artístico que desembocó en la creación de una auténtica domus americana.
Tras su participación en el Pabellón de la II República Española para la Exposición Universal de París de 1937, a Sert solo le quedaba el exilio. Al contrario que el otro arquitecto del pabellón, Luis Lacasa, que eligió la Unión Soviética, nuestro protagonista se decidió por los Estados Unidos. Allí gozó de oportunidades impensables de haber permanecido en la España franquista. No solo por la muy posible represión e inhabilitación profesional, sino también por su contacto con el mundo académico al más alto nivel.
Precisamente, la casa-patio fue un verdadero centro de reunión para algunas de las personalidades más destacadas de la arquitectura moderna y el arte contemporáneo. Desde su elevada posición académica, Sert necesitaba una casa que le permitiera organizar fiestas, recepciones y encuentros y, a pesar de estar concebida como un espacio íntimo y encerrado en sí mismo, el propio edificio, su colección de arte y su secuencia de patios también hablan de una fuerte dimensión social.
Antes de entrar en su hogar, merece la pena conocer al arquitecto más allá de su obra; por su compleja personalidad y su enorme compromiso e independencia ideológica. Al fin y al cabo, hablamos de un aristócrata, hijo del conde de Sert, que comenzó sus estudios universitarios acudiendo a clase en un Rolls Royce conducido por su chófer.
¿Cómo acaba un miembro de la nobleza diseñando el pabellón de la II República en plena Guerra Civil? Sin lugar a duda, por su participación en el GATCPAC (Grupo de Artistas y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) y su relación con las vanguardias artísticas gracias a su tío, el pintor Josep María Sert. Ello lo llevó a trabajar junto a Le Corbusier y a mantener una estrecha amistad con Picasso, Luís Buñuel, Miró, Giacometti, Mondrian, o Calder, entre muchos otros.
Su negativa a aprovechar su condición social de origen, o a frecuentar círculos políticos contrarios a sus ideales progresistas lo mantuvieron prácticamente en el anonimato hasta bien entrados los años 90. Es entonces cuando se reivindica su figura como uno de los referentes de la arquitectura española del siglo XX y se ponen en valor algunas de sus mejores obras, como la Fundación Joan Miró, la Casa Bloc, la Fundación Maeght, el Dispensario Antituberculoso, o la propia casa-patio.
La casa-patio no tenía patio en los primeros croquis. Si tenía en cambio los mismos muros que delimitaban la parcela, en lugar del típico jardín delantero tan estadounidense que Sert aborrecía. Así, el proyecto final es una casa sin fachadas, pues apenas hay huecos en sus muros exteriores. Un ejercicio de simplicidad que, no obstante, encierra ciertas curiosidades, como su respeto a las proporciones establecidas por Le Corbusier en el modulor, o a la proporción áurea en las medidas de las habitaciones.
Así, la casa-patio es en realidad una casa con tres patios a la que se accede desde un lateral que no es un pasillo o un hall. Muy al contrario; nada más entrar, nos encontramos con un espacio de estudio y transición, en el que la zona de día queda a la derecha y la zona de noche a la izquierda. Las medidas similares de ambas crujías, además dibujar una planta muy equilibrada, hacen posible que la zona más social tenga unas dimensiones considerables, más aún si tenemos que en cuenta que, abriendo los grandes ventanales practicables de suelo a techo, el salón comedor podía conectarse simultáneamente al patio central y al patio delantero. Una interrelación de zonas que permitía disponer de un gran espacio, capaz de acoger eventos al aire libre para multitud de invitados.
Por otro lado, con la sucesión de patios -el delantero frente al salón, el central interior entre el salón y los dormitorios, y el trasero tras los dormitorios- se consigue una prolongación visual de los espacios que multiplica una superficie construida no especialmente amplia. Asimismo, la escasa altura de los techos (2,25 cm.) se compensa con las cubiertas inclinadas laterales terminadas en lucernarios. Dos grandes ventanas elevadas, una a cada lado del salón comedor, que se abren al exterior sin permitir ver la calle; tan solo las copas de los árboles, como si estuviéramos inmersos en la naturaleza.
Porque esa es la esencia de la casa Sert, una villa mediterránea introspectiva, pero sin aleros y con amplios ventanales para adaptarse al frío clima de Massachusetts. Desde dentro solo vemos lo de dentro, pero la riqueza paisajística de los patios permite disponer de buenas vistas sin preocuparse por entorno. Una ventaja que Sert describía de la siguiente forma: “Si cerramos nuestra parcela podemos conformar los espacios exteriores inmediatos a nuestro gusto. El posible desorden que veamos será nuestro desorden, que siempre es más fácil de tolerar. Además, tanto los espacios interiores como los exteriores son más privados y tranquilos. Y, por último, todas las habitaciones pueden tener vistas agradables, independientemente de lo que haya más allá de los muros”. Y, si queremos un análisis rápido del proyecto, lo mejor es preguntar al arquitecto: “Un periodista quiso saber a qué estilo de casa creía que pertenecía la mía, y le contesté: ‘¡Escriba casa-rancho pompeyana!’”
La gran colección de arte que poseía Sert se dispuso a lo largo de la casa sin caer en la acumulación. Cada pieza ocupaba un espacio que resaltaba sus cualidades y le brindaba un protagonismo específico en el conjunto de las obras expuestas. De hecho, algunos espacios y elementos se diseñaron teniendo en cuenta la obra de arte con la que debían relacionarse visualmente. Un buen ejemplo es el banco tricolor de la sala de estar, cuyas medidas y colores se correspondían con el cuadro que Miró había pintado a propósito para ocupar ese lugar. Un compendio de tesoros, entre los que se encontraban esculturas de Calder, o Fernand Léger, pinturas de Le Corbusier, un espectacular retablo gótico y un gran mural de Constantino Nivola, que decoraba una de las paredes del patio trasero.
FOTOS: Hyperbole, Circarq, Stepienybarno, Arquiscopio, Wikiarquitectura, Nómada, Ismakinelerim, Saint Paul de Vence, Archdaily, Issole Blogspot.
TEXTO: Nacho Carratalá.