La idea de las unités d’habitation ya le rondaba a Le Corbusier desde principios de los años 20, cuando empezó a barruntar la ocurrencia de derruir todo el centro de París para levantar enormes bloques de viviendas conectados mediante anchísimas avenidas para meter muchos, muchos coches. Tantos, que el arquitecto buscó el patrocinio de una marca de automoción… Y después de tantear a Peugeot y Citroën, consiguió que Voisin, una de sus preferidas, le prestase el nombre para presentar al mundo su utopía futurista: efectivamente, el célebre Plan Voisin, que terminaría siendo la aún más célebre Cité Radieuse.
Aunque los planes de Le Corbusier no llegaron a llevarse a cabo y lo más llamativo de sus maquetas sean los rascacielos de 180 metros de altura, en esta ocasión vamos a centrarnos en esos bloques con formas quebradas que los circundan. Porque precisamente esa concatenación de viviendas son las unités d´habitation, más bajas, dispuestas para aprovechar un perfecto soleamiento y separadas por grandes plazas ajardinadas.
De todas las que se construyeron, la de Marsella es sin duda el ejemplo más arquetípico, sobre todo por las zonas comunes de la azotea, con la piscina, el solárium y el club social, pero hubo muchas más. Algunas respondían a una necesidad pura y dura de viviendas baratas para hacer frente a la industrialización y el éxodo rural, pero otras son fruto de una sincera asunción de sus principios urbanísticos. En ambos casos, el tiempo ha puesto a cada una en su lugar.
Empezamos por un edificio que no se suele encontrar en la lista de las glamurosas unités d’habitation más conocidas, por mucho que Le Corbusier utilizase algunas de sus soluciones en la unité de Marsella, como la tipología de vivienda dúplex, o la entrada a través de galerías longitudinales.
No obstante, otros aspectos menos constructivos, pero definitivos en cuanto al concepto de comunidad, también están presentes en el Edificio Narkomfin. Así, si Le Corbusier estableció la necesidad de incluir en las unités d’habitation servicios de guardería, tiendas de alimentación e instalaciones culturales, el bloque de Guínzburg y Milinis se proyectó con una zona comunitaria con cocina, dos comedores, gimnasio, biblioteca, jardín de infancia, lavandería y garaje.
Y, si bien muchos de aquellos servicios no llegaron a materializarse, el proyecto llegó a oídos de Le Corbusier y su revolucionario planteamiento le interesó hasta tal punto que fue a visitar el edificio, donde se entrevistó con el famoso urbanista soviético Miliutin en su propio apartamento.
Después, el edificio contó con un reconocimiento mundial fuera de las fronteras rusas, pero, en lo local, cayó en el olvido e incluso contó con la animadversión activa de Yuri Luzhkov, alcalde de Moscú: “Qué alegría que aparezcan centros comerciales tan maravillosos en nuestra ciudad, no como esta basura”, dijo en la inauguración del “Novinsky Passage, mientras señalaba en dirección al maltrecho Edificio Narkomfin.
Tan maltrecho que en tres ocasiones formó parte de la lista de los 100 edificios fundamentales en peligro de extinción del World Monuments Fund. Un deterioro imparable que continuó hasta 2017, cuando la empresa propietaria del edificio encargó al nieto de Guínzburg una restauración completa basada en dos premisas fundamentales: permitir un uso moderno y mantener y recuperar en lo posible los elementos y planteamiento del proyecto original.
En 2020, este experimento residencial que marcó el destino de la arquitectura moderna recobró su esplendor inicial. Un logro que, en parte, fue posible -oh, sorpresa- gracias a Le Corbusier, quien había conservado en su archivo numerosos dibujos de planos e instalaciones del proyecto. No es difícil imaginar para qué los había utilizado ¿verdad?
Si miramos la Casa Bloc desde arriba, no nos costará identificar el esquema compositivo de las unités d’habitation del Plan Voisin y la Cité Radieuse. Los quiebros, la orientación y las plazas ajardinadas son inconfundibles. Hasta la distribución en dúplex tiene mucho que ver con las de Le Corbusier. Algo que, por otra parte, no debería de extrañarnos nada de nada, sobre todo si tenemos en cuenta que su autor, Josep Lluis Sert, se incorporó al estudio del gurú del movimiento moderno en 1927. Por aquellos años, los dos arquitectos, comenzaron las reflexiones que los llevarían a presentar de manera conjunta la Carta de Atenas en el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna de 1933, una verdadero manifiesto fundacional para el urbanismo y la arquitectura contemporánea.
En ese contexto, la Generalitat de Catalunya decidió confiar en los arquitectos más destacados del GATCPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) la construcción de un proyecto de viviendas obreras cuya primera piedra se puso en 1933. Así, Josep Lluís Sert, Josep Torres Clavé y Joan Baptista Subirana tuvieron la oportunidad de poner en práctica lo que habían aprendido durante su estrecho contacto con Le Corbusier.
La Casa Bloc consistía en cinco bloques que debían contener 200 apartamentos dúplex accesibles mediante solo 4 núcleos de escaleras y ascensor e intercomunicados a través de galerías. Es decir, una unité d’habitation corbuseriana punto por punto. De igual modo, también cumple con otros preceptos, como que todas las estancias sean exteriores y que tengan ventilación cruzada. Pero, por si todo esto fuera poco, los bloques se levantaron sobre pilotes y, en sus zonas comunitarias, se pretendía instalar una piscina y una gran biblioteca, accesibles también desde la calle.
Por desgracia, con las obras prácticamente finalizadas, en 1936 comenzó la Guerra Civil y, tras ella, el conjunto se destinó a viviendas para policías y militares. Con el tiempo, se construyó un cuarto bloque, conocido como el bloque fantasma, que cerró una de las plazas, donde se levantaron unas caballerizas. Tras décadas de abandono, con la llegada de la democracia, la Casa Bloc volvió al gobierno autonómico y, en 1997, se acordó su rehabilitación. Un largo proceso que culminó en 2012 con la apertura de Piso Museo en la vivienda 1/11, donde se recuperaron sus materiales, distribución y detalles originales.
Y acabamos la primera entrega de nuestras unités d’habitation en Ciudad de México, más concretamente en el Conjunto Urbano Presidente Adolfo López Mateos de Nonoalco Tlatelolco, o “Tlatelolco” para los amigos. Este enclave urbano y el proyecto del arquitecto Mario Pani recogían muchos de los puntos esenciales de la Cité Radieuse. El primero, acabar con 1000 viviendas preexistentes denominadas “herradura de tugurios” -cariñosamente, suponemos- y ofrecer a los desplazados la posibilidad de adquirir un apartamento en una de las 15 supermanzanas proyectadas. Sin embargo y como ocurre muchas veces en los grandes planes de vivienda pública, los potenciales beneficiarios nunca llegaron a entrar en esas casas. Es más, solo 16 edificios fueron objeto de un programa de vivienda social y limitados a funcionarios de estado, mientras que el resto de los 12.000 hogares salieron a la venta para ser habitados por clases medias liberales.
Pero, si nos vamos a lo estrictamente urbanístico, aparte de la enorme cifra de viviendas, llama la atención los servicios que se pusieron a su disposición: los 102 edificios acogían casi 700 locales comerciales, además de 6 aparcamientos, 22 colegios, 6 hospitales, 3 polideportivos, 12 edificios de oficinas, una central telefónica, 4 teatros y un cine. Una ciudad en sí misma que materializó muchas de las aspiraciones teóricas de Le Corbusier.
Así, se programó una densidad de 1000 habitantes por cada 10.000 metros cuadrados, mientras que más de la mitad de la superficie total se destinó a zonas verdes. Esta distribución dejaba los servicios alojados en los edificios, que se dividían en tres supermanzanas, con bloques que iban, desde edificios bajos, hasta torres de 20 pisos, sin contar las dos torres de 25 pisos; una para la Secretaría de Relaciones Exteriores y otra para la sede de la compañía Banobras.
La magnitud y la arquitectura del conjunto es impresionante; su calidad constructiva, no tanto. Al igual que ocurrió con la degradación de su objetivo social, durante su construcción concurrió otro de los fantasmas de los grandes planes urbanos: la reducción de costes sin atender siquiera a los criterios de seguridad estructural… en una zona de alto riesgo sísmico. Con los cimientos inundados, los edificios ligeramente inclinados y pilares que soportaban cuatro veces la carga recomendable, dos tercios de uno de los grandes bloques de 15 pisos sucumbieron al terremoto de 1985.
Cientos de personas fallecieron y otros ocho edificios del complejo tuvieron que ser demolidos. Los bloques supervivientes fueron restaurados y en la actualidad el Conjunto Urbano y arqueológico Nonoalco Tlatelolco ostenta el título de Patrimonio Cultural de la Ciudad de México.
FOTOS: Imagen de portada: recreación del Plan Voisin por Clemens Gritl / Clase BCN / Pinterest / Docomomo / Julio César Mesa / Metropolismag / Flavor77 / Wikipedia.
TEXTO: Nacho Carratalá.