Los museos son lugares donde el tiempo se detiene. El silencio, la cadencia de los pasos y la luz adecuada y precisa permiten apreciar esa pieza de arte que nos parecerá única, perfecta. Lo que muchas veces olvidamos es el entorno, el edificio que contiene la obra y hasta qué punto influye en nuestra forma de percibirla.
Apenas podemos imaginar la complicación de crear un espacio para el arte que esté a la altura de su colección. Solo algunos lo consiguen por completo, aquellos que son arte por dentro y arte por fuera, grandiosas construcciones que combinan la espectacularidad de su exterior con la funcionalidad de su interior.
Hoy te invitamos a descubrir algunos de nuestros museos preferidos:
Frank Lloyd Right revolucionó por completo el concepto clásico de museo, pero no vivió para verlo. El 21 de octubre de 1959, seis meses después de su muerte, abrió las puertas el Solomon R. Guggenheim Museum y ya desde el principio cautivó a quienes lo visitaban por primera vez. A pesar de las dudas iniciales, su construcción en altura y su ausencia de ventanas no supuso ningún problema para disfrutar de las obras expuestas. Más bien fue al contrario. De hecho, Right diseñó su edificio para convertir el recorrido en una experiencia al servicio del arte, un “templo para el espíritu” en el que ascendemos por una rampa circular y vamos descubriendo la colección hasta llegar a la fuente de la luz, un enorme lucernario sobre el vacío central del cilindro.
Si el Guggenheim de Frank Lloyd Right supuso una ruptura con el concepto tradicional de museo, el Centro Pompidou supuso un paso más. Renzo Piano y Richard Rogers eran dos arquitectos desconocidos cuando su proyecto ganó el concurso convocado por el presidente de Francia, Georges Pompidou. El objetivo era contribuir a revitalizar el barrio de Les Halles a través de un edificio que contuviera un museo de arte contemporáneo, un centro cívico y una biblioteca. El proyecto contó con el entusiasmo de Jean Prouvé, pero las obras se vieron afectadas por la muerte de Pompidou, que retrasó su finalización hasta 1977. Aún así, cuando muchos parisinos se acercaron a verlo, pensaron que todavía estaba a medio construir. El motivo es que esta obra cumbre de la arquitectura high-tech había extraído todos los elementos constructivos a la fachada: electricidad, fontanería, escaleras, ventilación, ascensores; todos pintados de colores distintos y organizados para dejar el interior libre, como un contenedor modulable y cambiante. Pese a la controversia y a las críticas iniciales, el tiempo ha dado la razón a Prouvé. La obra de Piano y Rogers recibe alrededor de 7 millones de visitas anuales, más que la torre Eiffel y el Louvre juntos.
El museo deconstructivista de Ghery fue la punta de lanza del proceso urbanístico que ha transformado Bilbao. Todo comenzó en 1991, cuando el gobierno del País Vasco comenzó las negociaciones con la fundación Guggenheim. En 1992 ya se habían acordado el emplazamiento y el arquitecto. El primero era una gran superficie junto a la ría del Nervión y el segundo, Frank Ghery. El Pritzker canadiense acababa de ver cancelado su proyecto para el Walt Disney Concert Hall y, sin saber que finalmente se llevaría a cabo, decidió utilizarlo como inspiración para las icónicas formas del museo bilbaíno. El estudio de Ghery tuvo que digitalizar las maquetas hechas a mano por el arquitecto y realizar los complejos cálculos estructurales mediante un revolucionario programa informático. Así, en 1997, el museo que, en un principio iba a ser una Alhóndiga municipal rehabilitada, abrió sus puertas para convertirse en el motor de cambio de toda una ciudad.
Cuando Niemeyer lo diseñó en 1967, el edificio iba a ser la sede del Instituto de Educación de Paraná, pero enseguida fue destinado a oficinas de organismos públicos estatales. Las líneas suaves y prolongadas iniciales tuvieron su contrapunto en forma de edificio anexo. Un anexo que no llegaría hasta 2001, cuando un Niemeyer de 94 años fue convocado para insuflar vida a su antiguo proyecto y convertirlo en un museo. El resultado fue el ojo, una construcción que ha completado el conjunto como si siempre hubiera estado allí. No solo le dio coherencia y atractivo, sino que se convirtió en el símbolo de identidad de la institución. El ojo simboliza las artes visuales, el diseño y la arquitectura, las disciplinas artísticas que motivaron la creación del museo. O museu do Olho que nunca se cierra en Curitiba.
Photos: Museu Oscar Niemeyer, Guggenheim, Jan Kranendonk, Flickr