Normalmente, para meterse en una piscina hay que bajar algunos escalones, pero, en las que os traemos esta semana, hay que coger el ascensor. Gracias a ello, tienen unas vistas espectaculares y, además, no necesitas un terreno para instalarla. O lo que es lo mismo, puedes tener una piscina en un edificio residencial en mitad de una ciudad. Nosotros mismos lo hemos puesto en práctica en algunos de nuestros proyectos, como H2O en Badalona, o Marvà 3, en Alicante.
En su contra juega la complicación técnica y la enorme carga que hay que trasladar a la estructura. A su favor, un montón de argumentos. Aparte de su espectacularidad y el ahorro de espacio, este tipo de piscinas suelen encontrarse en lugares donde no es habitual tener piscina. Es decir, son un plus de exclusividad y, además, actúan como un polo social para la comunidad. Con ellas, la azotea se convierte en un punto de encuentro para los vecinos y en un símbolo de identidad para todo el edificio.
Torres Blancas se merece un artículo para “ella sola” -y una tesis-, y os prometemos que lo escribiremos, pero de momento, os invitamos a subir a lo alto de sus 81 metros, desde donde se disfruta de una panorámica de Madrid de 360 grados. Al constructor Juan Huarte le costó convencer a Sáenz de Oiza, que invariablemente le recomendaba uno u otro arquitecto, todos más capacitados, según él, para acometer un proyecto tan ambicioso.
Al final, tras mucho insistir y con la colaboración de Fullaondo y Moneo, Sáenz de Oiza comenzó su obra maestra, que fue también su primer gran proyecto: dos torres en la Avenida de América que debían entenderse como ciudades verticales, un concepto pionero de la arquitectura organicista, que Sáenz de Oiza materializó inspirándose en una planta de Frank Lloyd Right y mejorándola a base de noches sin dormir. La cuadratura del círculo, pero al revés.
En esa concepción organicista y de ciudad vertical, la vida debía fluir a lo largo del edificio, entendido como un todo con vida, autónomo y casi autosuficiente. Por eso todas las casas se diseñaron como viviendas unifamiliares apiladas con jardín; sus formas curvas seguían las leyes de la naturaleza y, además, debían contar con una serie de zonas comunes destinadas a proveer de servicios a sus habitantes. Así, se llegaron a proyectar montacargas que transportaban directamente la comida desde el restaurante situado en la planta superior hasta cada uno de los apartamentos. Y precisamente, en lo alto, iba a haber una exclusiva zona comercial, una peluquería y una piscina. De todo aquello, solo se materializó la piscina, como una lago natural, un oasis sinuoso que discurre entre hormigón sobre el tráfico incesante de Madrid.
La obra de Ricardo Bofill ha vivido una segunda juventud gracias a Instagram y a la Muralla Roja. Este complejo de apartamentos situado en Calpe nació como un simple residencial de vacaciones, pero ese concepto mil veces repetido fue a dar con un Bofill en estado de gracia y en posesión de una libertad formal absoluta, previa a su aventura posmoderna. Una evolución, esta última, tampoco carente de interés, aunque más controvertida estéticamente.
Así y todo, si lo pensamos bien, la Muralla Roja también tiene algo de posmoderna, lo único que, en lugar de recuperar los ornamentos clásicos, bebe de la tradición arquitectónica musulmana que tanto sentido tiene en nuestra costa mediterránea. De esta manera, con el concepto de kasbah como referencia, un poco de la Alhambra en la disposición de los volúmenes sobre la montaña y una paleta de colores muy sugerente, nace una obra mundialmente conocida y reconocida.
Pero, aunque pudiera parecerlo, La Muralla Roja es mucho más que su llamativa estética. De hecho, merece una especial mención su planta, un laberinto entretejido por edificios con planta de cruz griega; o sus espacios comunes, que mezclan lo privado y lo público, tal y como el arquitecto había ensayado en el Walden 7. También esas terrazas, que son interiores y exteriores a la vez y que enmarcan el paisaje. Y, desde luego, la piscina de la azotea, que abandona la cruz griega y se vuelve extrañamente cristiana sobre un conjunto erigido de acuerdo a siglos de arquitectura hispanomusulmana. O lo que es lo mismo, una metáfora impecable de nuestro Mediterráneo.
Del Edificio España, os hemos hablado unas cuantas veces, casi siempre por su incierto destino y por sus constantes cambios de propietario. También os hemos contado cómo nació, como un símbolo de la España franquista y que fue el edificio más alto de Europa en su momento, algo así como el Hotel Ryugyong que Kim il Sung quiso levantar en Pyongyang. Solo que aquí los hermanos Otamendi se encargaron de terminarlo en un tiempo récord para que, en 1953, abriera sus puertas el Hotel Plaza.
El Edificio España enseguida se convirtió en un centro social y de negocios imprescindible para la capital y, entre sus atractivos, se encontraba una espectacular piscina situada en uno de sus cuerpos laterales y orientada a la fachada trasera de edificio. Esta piscina tuvo el mismo éxito que el resto del hotel y en sus tumbonas se daba cita la flor y nata de la alta sociedad madrileña. Vista aquella piscina, sigue sorprendiendo la simple balaustrada que separaba a los bañistas del vacío y la cercanía del agua a la fachada. Una fachada, la posterior, que es mucho más interesante que la principal y que llegó a perder su protección en 2014 durante las controvertidas modificaciones del Plan de Ordenación Urbana que acometió el Ayuntamiento de Madrid.
Afortunadamente, el edificio recuperó su nivel 3 de protección y, cuando Riu lo compró para abrir su buque insignia en Madrid, decidió restituir la memoria arquitectónica y la personalidad original del edificio. Y entre ellas, la famosa piscina. Eso sí, reducida a una tercera parte de lo que fue y sin ese aspecto temerario de piscina desbordante, literalmente, si alguien se tira en bomba. Sin lugar a dudas, hoy más de uno se habría subido a la balaustrada para lanzarse al agua. Mejor no correr el riesgo.
Fotos: Ana Amado, Gregori Civera, Perry Graham, Ricardo Bofill Taller de Arquitectura, Pinterest, Zhuanlan Zhihu, Riu Plaza España, El confidencial.