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Riken Yamamoto, arquitectura en común

 

Riken Yamamoto pasó su infancia en una zona de nadie, en el límite difuso entre la farmacia de su madre y la sala de estar de su casa. Un terreno neutral en mitad de la machiya japonesa que habitaba en Yokohama. Ni en la calle, ni en el patio. Ni público, ni privado. Un umbral, al fin y al cabo, que le permitía asomarse a dos mundos y buscar una conexión que, finalmente, encontró en sí mismo a través de la arquitectura.

Nacho Carratalá
2024-03-12 13:03:21

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Nacho Carratalá

 

Decía Yamamoto que su primer contacto consciente con la arquitectura fue a los 17 años, cuando vio, iluminado por luz de la luna, el gran templo Kôfuku-ji, en Nara. Cinco pisos de madera que simbolizan los cinco elementos budistas: la tierra, el agua, el fuego, el aire y el espacio. Justo el simbolismo místico del que carece su arquitectura, más apegada a esa versión sencilla y delicada que los arquitectos japoneses hacen del racionalismo (cuando no les da por ponerse brutalistas).

Por eso, parece que pesó más la experiencia inconsciente, la de la machiya, la de su casa, la del umbral. Allí donde vio la relación entre lo público y lo privado en el lugar donde transcurre la vida propia, la vivienda. Una tipología arquitectónica a la que se dedicó en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera. De hecho, su primera gran obra es la interesantísima Villa Yamakawa, donde ya jugaba con la permeabilidad de los espacios, con ese dentro-fuera y fuera-dentro que establecía la relación, o más bien, la integración de la casa en el entorno y el entorno en la casa.

 

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Sin embargo, Villa Yamakawa, estaba en mitad del bosque, por lo que la obsesión por el umbral solo hacía que diluir las fronteras de la casa con un contexto vacío. Pero ¿qué ocurriría al poner en práctica un concepto similar en un entorno urbano? La primera respuesta la tenemos en Studio Steps, una casa-estudio para el matrimonio formado por el señor y la señora Ishii. Él, escultor; ella, pintora; y juntos, dos melómanos incorregibles. Hasta el punto de necesitar un espacio para celebrar conciertos en casa. Con semejante requisito, Yamamoto convirtió las escaleras en gradas y, después, bajo ese lugar completamente público, desarrolló el programa privado de la casa, limitado solo por los niveles y concebido, no como un espacio excluyente, sino como parte de un todo.

Gracias a ello, Studio Steps se convirtió en un verdadero trasunto de sus moradores, porque incluía su esfera pública y su esfera privada en un mismo universo. La visión completa de sus vidas. Y aún había algo más, un concepto que marcaría el desarrollo de los siguientes proyectos, tanto residenciales, como educativos e institucionales: el concepto de “comunidad”. Porque el señor y la señora Ishii habían elevado su faceta publica a un nivel social. Los conciertos reunían a sus amigos bajo un mismo techo -de nuevo, un umbral-, donde se generaban nuevas relaciones, se consolidaban lazos y se descubrían intereses comunes. El impulso de generar comunidad estaba ahí. Solo hacía falta el espacio que propiciase el encuentro y eso era algo que la arquitectura podía hacer. Al fin y al cabo, en una casa normal habría sido imposible.

 

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Sin embargo, la idea de que todos podamos tener una casa estudio en la que celebrar conciertos no parece la más razonable. Por tanto, la solución pasaba por mezclar la esencia de estos dos primeros proyectos: la permeabilidad de Villa Yamakawa con el entorno, ahora urbano, y el componente social de Studio Steps, ahora más abierto. Fruto de ello, Yamamoto diseñó proyectos tan interesantes como las viviendas sociales Hotakubo, articuladas en torno a un gran espacio central, solo accesible a través de las viviendas. Así, cada casa se convertía en una puerta, un lugar de transición entre el mundo exterior y la comunidad, también exterior, pero contenida en un espacio compartido. Ya no eran las zonas comunes las que daban acceso a las viviendas, como suele ocurrir, sino al contrario, lo que potenciaba el sentimiento de pertenencia. Y hacia ellas se orientaron las terrazas y la vida doméstica, no a la calle, que es ajena, sino a lo común, al punto de encuentro, a la plaza, en el sentido más universal de la palabra.

Universal porque supo hacer de ello la identidad de su arquitectura y lo llevó a cada proyecto, independientemente de la tipología. Desde el Ayuntamiento de Fussa, con su cubierta-pradera accesible a nivel de la calle, hasta el Museo de Arte Yokosuka, con su terraza mirador; sin olvidar la estación intermodal The Circle, en el Aeropuerto de Zúrich, con su propio parque, donde las sendas que lo recorren conducen a la cima de una pequeña colina, que no deja de ser un punto de encuentro para una comunidad fugaz, exterior, pero interior, entre viaje y viaje. Después de todo ¿qué es una estación sino un umbral gigante?

 

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Unos hilos conductores que, si los seguimos, nos llevan a otros proyectos residenciales en los que Yamamoto demostró que la machiya seguía funcionando. Incluso en complejos gigantescos como el Jian Wai SOHO y, sobre todo, el Shinonome Canal Court CODAN, que mezcla la oficina y la casa, lo público y lo privado, con calles en altura, y, una vez más, en torno a una plaza. Un lugar donde reconocerse como parte de algo vivo y en el que reconocer a los demás como parte de uno mismo.

 

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En palabras del propio arquitecto: "El enfoque arquitectónico actual hace hincapié en la privacidad, negando la necesidad de las relaciones sociales. No obstante, aún podemos honrar la libertad de cada individuo mientras convivimos en el espacio arquitectónico como en una república, fomentando la armonía entre culturas y fases de la vida". Tan utópico como posible, porque, si hay voluntad, si se ponen los medios, las personas acaban saludándose. Y ese es el principio de todo.

 

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