Yvonne Farrell y Shelley McNamara, herederas de la mejor arquitectura brutalista, son las ganadoras del Pritzker 2020. Su carrera, con un enfoque local e inseparable de su contexto, está plagada de obras luminosas, carentes de efectismo y marcadas por una fuerte función social. Esta semana, os invitamos a descubrir el trabajo de las fundadoras de Grafton Architects.
Farrell y McNamara estudiaron en la Escuela de Arquitectura de la Universidad College en Dublín. Eran mediados de los setenta y en el mundo entero triunfaba el brutalismo, un estilo que ha influido la filosofía de sus proyectos más representativos. Edificios que se han gestado entre los muros de Grafton Architects, el estudio que fundaron en 1978 y que 42 años después sigue siendo el centro de su creatividad. Un espacio que recibió el nombre de la calle en la que comenzó a funcionar y que, a día de hoy, ha necesitado expandirse a otras oficinas… Sin salir del barrio, eso sí.
Porque, a pesar del potencial universalizador del Prizker, Farrell y McNamara han sido siempre arquitectas locales. Y lo han seguido siendo alrededor del mundo, porque su trabajo siempre refleja una preocupación por contribuir a crear un tejido urbano coherente y funcional. De hecho, su visión de la arquitectura también hereda del brutalismo cierta vocación social, con la figura humana como centro del proyecto; el edificio como herramienta para satisfacer las necesidades culturales y económicas de una sociedad concreta. En este caso, las necesidades del lugar en el que se ubica cada edificio, sin ningún tipo de concesiones a la creación de una estética propia reconocible. Todo un triunfo de la “imagen social” sobre la “imagen de marca”.
Sin embargo, esa falta de identidad visual no significa que Grafton Architects sea una firma carente de identidad. Muy al contrario: sus valores humanísticos, su apuesta por los materiales locales y su adaptación a las condiciones climáticas de cada ubicación es su mejor carta de presentación. Las soluciones constructivas que emplean para aprovechar la ventilación natural, la optimización de la luz y la sombra, o el hecho de reservar una zona para el descanso de los usuarios, dan buena cuenta de su comprensión del entorno. Algo que, si bien no da lugar a una arquitectura genial, vanguardista o políticamente comprometida, sí crea una arquitectura consciente de su responsabilidad social y medioambiental. Y eso, en el contexto internacional actual, es pura revolución.
A continuación, os dejamos con algunos de los proyectos más importantes de estas arquitectas, con las que el Pritzker, tras Zaha, Kazuyo Segima y Carme Piguem, suma cinco mujeres premiadas. Cinco de cuarenta y ocho y siempre con la sombra de Denise Scott Brown, a quien el jurado negó su merecido premio al reconocer solo a su socio, Robert Venturi.
Empezamos por uno de sus últimos proyectos, un edificio de seis pisos en el que, en su interior, se superponen hasta tres pisos de altura. Un esquema de niveles donde destaca el gran hall de entrada, con sus escaleras suspendidas entre las distintas plantas, como elementos esculturales que vuelan sobre el vacío del gran patio interior.
Y, si lo miramos desde fuera, veremos que gran parte su monumentalidad consiste en dejar la estructura desnuda para componer la fachada. Una sucesión de columnas que, en su simplicidad, aligera el aspecto exterior, al tiempo que permite la colocación de grandes ventanales ideados para potenciar la luminosidad del interior.
Situado en el corazón de la gran capital económica italiana, este edificio resultó ganador del World Building of the Year en 2008. Un campus vertical que alterna patios y pabellones en donde se sitúan unas oficinas, una biblioteca y una cafetería, así como salas de conferencias y reuniones para un total de 1000 alumnos y profesores.
Desde un primer momento, la necesidad de crear un sentimiento de comunidad fue una prioridad para Farrell y McNamara, por lo que optaron por crear un interior lleno de grandes espacios abiertos para favorecer el intercambio, las reuniones y los actos informales. Es decir, llevar la universidad más allá de las aulas, a donde los estudiantes puedan compartirla sin necesidad de asistir a una asignatura determinada.
Un edificio oficial con un marcado carácter local en la elección de sus materiales. Bajo su rotunda estética, se esconde un proyecto que utiliza la piedra caliza irlandesa como recubrimiento de la fachada, o una impresionante puerta de acceso creada a mano en bronce.
Una vez dentro, la escalera principal sirve de escudo para tamizar la luz del sol y amortiguar el ruido característico de su entorno urbano.
En la UTEC, Farrell y McNamara vuelven a proponer un concepto de universidad vertical que se inspira en los acantilados de la capital peruana. Su estructura de hormigón bruto emerge superponiendo los volúmenes para moldear su apariencia, a medio camino entre la arquitectura orgánica y el brutalismo.
El resultado es un proyecto de gran valor estético en el que lo local, una vez más, ha determinado el diseño y las soluciones arquitectónicas, encaminadas a aprovechar las condiciones climáticas favorables y a mitigar las adversas. Un edificio impresionante que, no obstante, en su uso es eminentemente humano y abarcable.
FOTOS: Wikipedia, Iwan Baan, Domus, Archimagazine, Ed Reeves, Kingston University, Metropolismag, Ste Murray, Dennis Gilbert, Mattia Pelizzari, Grafton Architects, Deezen.