Como apasionados de la arquitectura, no podemos dejar de apreciar la calidad estética de los edificios. Sin embargo, nos ha resultado especialmente interesante una de las reflexiones del primer ponente, el arquitecto e informático Nicholas Negroponte. Según ha relatado, decidió ser arquitecto porque, durante sus estudios preuniversitarios, tenía la misma facilidad para las artes plásticas que para las matemáticas. Una situación que propició una decisión acertada; tan acertada como su interés por la informática, que lo llevó a descubrir una de sus máximas: “La mejor manera de predecir el futuro es inventarlo”.
No se nos ocurre una mejor manera de afrontar el reto que plantea el nuevo escenario digital. Ese lado artístico que para muchos es el alma de la arquitectura no puede estar reñido con su lado más técnico. De hecho, solo es posible alcanzar la perfección a través de una profunda interrelación de las dos facetas. La belleza, al fin y al cabo, es matemática en su proporción y física en su equilibrio. Unas ideas que Foster ha sabido explicar con un ejemplo práctico. Según el Pritzker 1999, si uno argumenta las fortalezas de su proyecto apoyándose en la estética, la respuesta del cliente será: ” No puedo permitírmelo”. Pero, si somos capaces de demostrar que la estética tiene una razón de ser, más allá de la propia belleza, la reacción será muy distinta.
Y ahí es donde entra la tecnología y su capacidad para revolucionar la arquitectura. Foster considera que las herramientas digitales han introducido “un modo holístico de trabajo”; ya no se trata solo crear un edificio bonito, sino de cómo esa belleza puede ser económicamente conveniente y medioambientalmente sostenible. Argumentos que, en términos de ahorro y de ecología, aportan a la estética un valor añadido determinante para la materialización del proyecto.
No obstante, pese al enorme potencial de la revolución digital, Foster ha preferido ser cauto con respecto a esta denominación y a las implicaciones para su campo de trabajo: “He visto tantas revoluciones, en términos de cómo dibujas, cómo imprimes, cómo simulas, cómo modelas… Esto me da la oportunidad de afirmar que toda la revolución digital no es una revolución en el sentido de que vaya a cambiar la arquitectura. Es otra herramienta, una herramienta más sofisticada, que te da la habilidad para explorar más opciones, ver más puntos de vista, de forma inmediata, algo que antes habría supuesto un largo proceso”.
Nosotros estamos completamente acuerdo con esa visión que, sin infravalorar el papel de la tecnología, reivindica las capacidades humanas. Un razonamiento para el que ha recurrido al hito que supuso Gaudí en su tiempo, tan alejado de la era digital. Su lenguaje arquitectónico supuso una revolución basada en el trabajo, una tarea casi inasumible que hoy se ha visto reducida al mínimo gracias a las nuevas herramientas digitales. Por eso, no podemos dejar de emocionarnos al pensar en el potencial de unir la genialidad humana con la capacidad de la informática para explorar cada posibilidad en tiempo récord.
Como también ha señalado el arquitecto británico, la revolución digital tiene la capacidad de crear “un nuevo nivel de riqueza y diversidad”. Además, Greg Lynn y Benedetta Tagliabue se han encargado de recordar la responsabilidad de la arquitectura para con la sociedad, mientras que otros ponentes como el mencionado Negroponte, o Hugh Herr, nos han mostrado los beneficios tangibles de la aplicación tecnológica. De sus intervenciones, hemos podido extraer el modo en que la tecnología hace crecer a las personas y es capaz de proteger el medioambiente; cómo abre una ventana de oportunidades a los más desfavorecidos y ayuda a superar las limitaciones físicas.
Desde aquí, hacemos nuestra esta visión humanizada de la tecnología. La era digital es una cara más de la capacidad de superación del ser humano. Un mundo de oportunidades que nos llevará a un futuro más grande de lo que podemos soñar. La arquitectura del mañana es la que imaginamos cada día con la ilusión de cambiar el mundo.