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David Chipperfield, la arquitectura como identidad

La arquitectura de David Chipperfield esconde bajo su aparente sencillez una profunda labor de documentación, reflexión y minuciosidad. Sus trabajos, siempre planteados desde una visión abarcadora, demuestran la voluntad de que los edificios, tanto los propios como los intervenidos, dejen una huella permanente en la cultura de las ciudades. El respeto a la identidad local en cada uno de sus proyectos, lejos de mermar su personalidad, les confiere una dimensión inmaterial mucho más potente, mucho más universal.

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Nacho Carratalá

Decía Ricardo Bofill que “la arquitectura es la memoria de la historia”. El peso de las principales obras arquitectónicas en el imaginario de las ciudades es enorme. No solo son elementos de identidad físicos, también son un constructo social, una referencia sobre quienes somos, quienes fuimos y quienes queremos llegar a ser. Por ello, cuando un arquitecto se posiciona conscientemente ante el peso de su obra en la historia, resulta sencillo dejarse llevar por la tentación de, literalmente, “hacer historia”. En cambio, Chipperfield ha hecho exactamente lo contrario: en lugar de detener la historia para intentar moldearla, la ha dejado fluir y le ha dado forma aprovechando su propia inercia.

El ejemplo perfecto lo encontramos en Berlín, en su restauración de los museos Neues Museum y la Nationalgalerie. Dos enfoques distintos para dos edificios muy diferentes que, no obstante, convergen en la necesidad de poner en valor su pasado. En el caso del primero, muy castigado durante los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial, Chipperfield quiso dejar al aire las cicatrices del edificio. Actuó diferenciando radicalmente lo nuevo de lo viejo, como un paleontólogo que marca los distintos estratos de la tierra, o como un arqueólogo que traza una línea entre los restos originales y la reconstrucción. En cuanto al segundo, una obra maestra de Mies, la originalidad fue la premisa fundamental. Cada de las 30.000 piezas que pudieron extraerse, se inventariaron y se repararon una a una, tratándolas como piezas únicas e irrepetibles. Una tarea ímproba que se llevó a cabo bajo una premisa esencial: solo hay una manera de conservar la iconicidad de una pieza; mantener intacta su esencia. “Es un gran monumento de la historia de la arquitectura. Nuestra labor era restaurarlo, no representarnos a nosotros”, explicó a El País.

Neue Nationalgalerie, diseñada por Mies y rehabilitada por Chipperfield.

Desde esa humildad, que consiste en entender la arquitectura en su contexto histórico y físico, no solo ha ejecutado otras rehabilitaciones, como la Royal Academy de su Londres natal; también ha afrontado proyectos desde cero que, en realidad, no parten de cero en absoluto. De hecho, ni siquiera las viviendas sociales, normalmente anónimas, estandarizadas e impersonales, quedan al margen de esta concepción históricamente enraizada de su trabajo. Para comprobarlo, no tenemos que irnos muy lejos. Sus Viviendas Sociales en Villaverde juegan con la tonalidades rojiza, la repetición de huecos, la silueta monolítica e incluso con el patio de corrala. Todo tan característico de la arquitectura tradicional madrileña, que conforma un conjunto reconocible, asumible como propio por los habitantes locales, pero también profundamente moderno, en el que los detalles marcan la diferencia. Las fachadas que se inclinan, para sugerir la clásica cubierta a dos aguas, y las esquinas que se truncan, para recordar las típicas buhardillas de La Latina o Lavapiés. Singularidad e identidad equilibradas y bien entendidas.

Y, aunque no lo parezca, el proceso de contextualización también se da en Veles e Vents, en Valencia. La gran torre de control del puerto deportivo, inaugurada con motivo de la Copa América y ahora casi abandonada. Un edificio encuadrado en la ola de modernidad que arrasó Valencia en los 2000, cuando se fue forjando la apasionante personalidad de una ciudad tensionada por su historia milenaria y una nueva monumentalidad absolutamente futurista. El gran edificio de Chipperfield forma parte de esa identidad que ahora, pasado ya el frenesí, lejos de disolverse, ha ganado profundidad y conciencia de sí misma.

Vista nocturna de Veles e Vents, proyectado por David Chipperfield junto a b720 Fermín Vázquez Arquitectos.

Y, sin abandonar el Mediterráneo, merece la pena detenerse en Barcelona y pasearse por la Ciudad de la Justicia. Bajarse de la bicicleta y buscar las perspectivas de esta obra que parece una colaboración entre Mies (si a Mies le hubiera gustado el hormigón) y Renzo Piano (si no hubiera empezado a diseñar su Central Saint Giles exactamente el mismo año). En lugar de un pesado edificio institucional de pasillos interminables y rincones a donde solo llega la luz artificial, Chipperfield y sus colaboradores de b720 comprendieron que el clima permitía recorridos exteriores y planteó una verdadera ciudad, donde cada uno de los ocho bloques tiene cuatro orientaciones y un color identificativo. Hay una identidad individual y una identidad de conjunto que confluye en una gran plaza central, en torno a la cual, el concepto de justicia, materializado en los edificios, se disgrega y se humaniza.

Ciudad de la Justicia en Barcelona, proyectado por David Chipperfield junto a b720 Fermín Vázquez Arquitectos.

Podríamos hablar de sus espectaculares obras fuera de nuestras fronteras, como las oficinas de Amorepacific en Seúl, una revisión conceptualizada del high tech de cuando trabajó con Richard Rogers y Norman Foster; o The Hepworth Wakefield, en Reino Unido, que surge de las aguas como los bloques de hormigón de un moderno rompeolas. Sin embargo, vamos a terminar en Galicia, en su casa de Corrubedo, su obra más personal sensu stricto. Hasta allí llegó a principios de los 90 gracias a su amigo Manuel Gallego, también arquitecto. Y allí pasó desde entonces todos los veranos; luego, la pandemia y, finalmente, cada día libre.

Corrubedo desde el mar, con la casa de Chipperfield a la derecha

Su casa se asoma al Atlántico sin renunciar a un juego de volúmenes audaz, pero con una composición y unos materiales que la integran por completo en la fachada marítima de la localidad. Tan integrada y tan distinta como el propio Chipperfield. “El Inglés”, al que todos los vecinos aprecian y de quien destacan su cercanía y amabilidad. El mismo tipo sencillo que reabrió el Bar do Porto, el único del pueblo, y lo rehabilitó por completo. El mismo que, al día siguiente de ganar el premio más prestigioso que podía ganar, publicó en Instagram una entrevista de la Televisión de Galicia a los camareros del bar de Corrubedo: “En un día de gran emoción y gran ilusión, una imagen todavía me hace sonreír. A los pocos minutos del anuncio (del Pritzker), TVG envió equipo al Bar do Porto. Debe ser la primera vez que unos camareros son entrevistados sobre el premio Pritzker…”

Eso también es arquitectura.

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