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#Archilovers

Unbuilt: el edificio polivalente de Montecarlo

Recuperamos nuestra serie Unbuilt con nuestro admirado Fernando Higueras. Y, en esta ocasión, ampliamos el reparto con el mítico comandante Jacques Cousteau, el príncipe Rainiero de Mónaco y la mismísima Grace Kelly. Probablemente nada de lo que vas a leer a continuación ocurrió como te vamos a contar, pero hay personas que merecen algo mejor que la realidad. Fernando Higueras era una de ellas.

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Nacho Carratalá

 

Viajamos hasta una soleada mañana de mayo de 1969. Estamos en Mónaco, en el histórico Hôtel de Paris, frente al Casino de Montecarlo. La luz blanca, todavía templada, ilumina los dos edificios decimonónicos, uno más afrancesado que el otro y ambos beiges como dos tartas demasiado dulces. En uno de los balcones del hotel, vemos a Fernando Higueras, sin camisa, con el pelo despeinado y mirando hacia el mar. Probablemente esté pensando que el casino parece un ayuntamiento y estamos seguros de que la coincidencia se le antoja muy adecuada. Aun así, prefiere perderse en el resplandor del sol sobre el Mediterráneo, aunque tenga que mirarlo de medio lado. Allí abajo, donde rompen las olas, casi sobre el agua, está el solar que ha motivado su viaje. Por ese pedazo de tierra, el Principado ha convocado a once arquitectos de todo el mundo y les ha pedido que diseñen el edificio polivalente de Montecarlo. Higueras sabe que ninguno ha podido hacer nada parecido a lo que él ha presentado. Y tiene razón.

Solo unos minutos después, el arquitecto sale del hotel en dirección al casino. Tiene que cruzar entre Ferraris, Lamborghinis, Maseratis, un par de Rolls y algún que otro Porsche, pero solo se detiene a mirar un extraño Citroën Mehari de color naranja. Le gusta el coche y le gusta aún más la mujer que espera en el asiento del acompañante. Por un momento se le pasa por la cabeza sentarse al volante y huir con ella hacia las espectaculares vistas de la carretera del Col de Turini. Quizás si estuviera allí alguno del compañeros del estudio; si hubiera ido Antonio Miró, o Eulalia Marqués… Incluso Ricardo Igoití o José Serrano Súñer. Entonces podría fumarse la ceremonia, pero está solo. Y además va a ganar. Ya habrá tiempo para recorrer el principado.

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Montaje del proyecto de Higueras sobre el fondo de Montecarlo.

Cuando cruza las puertas del casino, dos empleados se le quedan mirando. Dudan si decirle algo, porque, en esta realidad literaria, Fernando Higueras lleva una guayabera blanca y el pelo igual de despeinado que cuando se ha asomado al balcón del Hôtel du Paris. También en esta realidad, nuestro protagonista se enciende un puro gigante y pregunta por la ceremonia del concurso de arquitectura. Un tipo joven y trajeado, con el pelo escaso y pegado a la cabeza, lo mira de arriba abajo y, con cierto estupor mal disimulado, le informa de que es imprescindible mostrar la invitación. Higueras se la saca de un bolsillo de la camisa y, sin quitarse el puro de la boca, la deja plegada sobre el mostrador. Al desplegarla, al tipo se le abren los ojos de par en par y, por un segundo, pierde la compostura. Luego, musita algo en francés, algo como “Por aquí, por favor, señor Higueras”.

El salón donde se celebra el fallo del concurso es enorme, recubierto de mármol y con unos ventanales por los que entra una luz blanca que los cortinajes no consiguen atenuar. Al otro lado, sigue destellando el sol sobre el mar. Higueras mira a un lado y a otro y, de entre un enjambre de personas repartidas en pequeños grupos, surge una figura inconfundible, alta y muy delgada. Es el comandante Jacques Cousteau y, en esta realidad, lleva su eterno gorro rojo, unos vaqueros demasiado anchos y una camisa azul con un extraño bolsillo para bolígrafos en el brazo izquierdo. El bolsillo está repleto. Los dos se saludan con un abrazo. Ya se habían conocido durante el viaje al que invitaron a los candidatos para familiarizarse con la ciudad y los terrenos del proyecto. Se cayeron bien desde el principio, congeniaron irremediablemente, aunque, siendo Cousteau el presidente del jurado, tampoco cabía exteriorizarlo demasiado. Incluso en este momento, con el resultado decidido, la ceremonia no deja de ser un concurso de egos y hay demasiadas suspicacias de por medio.

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Render del proyecto realizado por el estudio Quatre Caps

Todavía están saludándose cuando anuncian la entrada de los príncipes Rainiero III y Gracia de Mónaco. Dos ujieres abren las dos hojas de la puerta más alta del salón y, por ella, entran los anfitriones: un hombre con la cabeza demasiado grande, las cejas demasiado pobladas y el bigote demasiado fino y una mujer de una belleza deslumbrante. Mucho más que en las películas de Hitchcock. Según el programa del acto, la princesa comunicará la decisión del jurado y luego se celebrará un pequeño cóctel con los invitados. Y así se hace. Sin embargo, el desenlace no es el esperado.

Tras el silencio y la sensación de vacío, Higueras tampoco se disgusta mucho al escuchar que el ganador es Archigram, un grupo de arquitectos británicos que están trabajando en su propia versión del metabolismo japonés. Si acaso, piensa: “me tenía que haber subido a aquel coche naranja” y, justo cuando se dispone a ausentarse para comprobar si ha vuelto el conductor, o si resulta ser una conductora aún más interesante que su acompañante, el comandante Cousteau lo agarra del brazo. Le llama la atención la fuerza de su mano en contraste con su delgadez. Es una fuerza que no aprieta, pero que no libera, que ata sin estrangular. El arquitecto, a pesar de su corpulencia, ni se plantea zafarse.

Cousteau se lo lleva a un rincón de la sala y lo mira a los ojos, frente a frente, aquellos ojos saltones excrutan los ojos profundos de Higueras. Y, como excusándose, con cierta gravedad, le dice: “Mira, Fernando, tu proyecto es el mejor. Me ha encantado, cada solución, cada detalle, su aspecto de gigantesco molusco, sus detalles de organismo marino agarrado a las rocas…”. “¿Pero?”, lo interrumpe Higueras. “Pero -sigue Cousteau- has ocupado dos parcelas que no forman parte del proyecto. Te has salido por completo de los límites… No podíamos elegirlo. Y es una pena. Una auténtica pena”. Higueras sonríe y le contesta: “Hombre, Jacques, yo pensaba que, al ver un proyecto tan bonito, tan barato y tan sencillo de construir, no lo tendríais en cuenta. Pero bueno, supongo que tienes razón.”

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Maqueta del edificio polivalente de Montecarlo.

Después de algunos Martinis, Cousteau lo vuelve a asir por el brazo y le presenta a Grace Kelly. La princesa parece conocer las preferencias del comandante por el proyecto que no ha ganado: “Su Alteza, permítame presentarle a Fernando Higueras. Este proyecto no ha podido ser, pero voy a encargarle que me diseñe una ciudad submarina. Si hay alguien capaz de hacer algo así, ese es Fernando”. Salen los tres a la terraza y siguen hablando de la ciudad submarina. Rainiero se ha ido hace tiempo y a Cousteau lo reclaman los ganadores. Grace Kelly y Fernando Higueras se quedan solos bajo un sol cegador. Sus miradas se cruzan por instante y luego miran al horizonte.

Por la carretera de la costa, junto al solar del proyecto, pasa el Mehari naranja. Entonces, Higueras le dice a la princesa: “Alteza, en aquella película que rodó con Cary Grant… ¿Recuerda la carretera que sube al Col de Turini? Me encantaría poder ver Montecarlo desde allí antes de irme”. A ella se le ilumina el rostro y, mientras sigue con su mirada la trayectoria del pequeño Citroën, comenta: “No tenemos uno como ese, pero, si de verdad te apetece, tenemos un 2CV en palacio. No es lo mismo, pero…”. Sus ojos vuelven a encontrarse y se sonríen.

En los siguientes cinco días, nadie tuvo noticias de ninguno de los dos. Después, cada uno volvió a su extraña normalidad.

La cruda realidad

Cruda, pero igualmente apasionante. De acuerdo, nunca hubo tal ceremonia. Cousteau llamó a Higueras por teléfono, pero quiso hacerlo personalmente para decirle que su proyecto era el mejor. Y por surrealista que parezca, también le dijo que quería encargarle una ciudad submarina. Efectivamente, Archigram ganó el concurso y lo hizo con su primer proyecto frente a once arquitectos, entre los cuales había tres españoles: Higueras, Bofill y Sáenz de Oiza. También es verdad que Higueras perdió por salirse de la parcela por todas partes, aunque, como solía recordar, el edificio volaba por encima de las parcelas vecinas. No se apoyaba. Solo les daba sombra. Y eso no tiene nada de malo ¿no?

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Esquema estructural con detalle de las jardineras de sección triangular.

En cuanto al edificio, es una verdadera maravilla. Uno de sus mejores proyectos y el mejor ejemplo de su arquitectura radial, con permiso de la célebre Corona de Espinas y del también irrealizado pabellón para la Feria Internacional de Nueva York. De hecho, el esquema estructural de este último es el origen de los demás proyectos circulares de Higueras; el primero en emplear los triángulos y los elementos portantes de 6 metros de luz que van doblándose en anillos según las necesidades de espacio y uso. Un esquema tan flexible como para dar cabida a una Ópera en Madrid, o a un campo de futbol con su graderío en el proyecto de Montecarlo. Las posibilidades son infinitas y su aparente informalidad es solo el resultado de variar la longitud de algunos radios, algo a lo que ayuda la incorporación de vegetación, no solo en el exterior, sino también en el interior.

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Esquema estructural del Pabellón para la Feria Internacional de Nueva York, origen de la arquitectura radial de Higueras.

En sus múltiples espacios cubiertos, algunos abiertos al exterior y otros cerrados, unos maceteros de sección triangular recorrían el techo siguiendo los radios del círculo. Y gracias a su parte superior fabricada en vidrio, entre losa de hormigón y losa de hormigón, las plantas recibían luz natural y los pies de las personas que caminaban en el piso superior podían verse entre la vegetación.

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Corte en sección donde se aprecia como el edificio vuela sobre las parcelas colindantes.

Pero no todo el diseño fue fruto de un azar supeditado a la estructura. También hubo una intencionalidad, marcadamente orgánica. En 1970, Higueras y su equipo lo explicaban de la siguiente forma en la revista Aquitectura: “Sin apartarnos de nuestros propósitos de lograr una máxima eficacia en la función práctica expresiva, nos hemos esforzado por conferirle al conjunto una especie de correspondencia vegetal. De este modo, la estructura puede tener algo de flor de cactus que reptara por el suelo, como buscando una identificación con la propia tierra y que, al mismo tiempo, volara en distintas direcciones y alturas penetrando en el contorno para que también el contorno penetre en su interior. De acuerdo con esta imagen literaria, podría hablarse también de un árbol enraizado en su propio solar y ramificado con hospitalaria generosidad por el ámbito circundante”. Una generosidad tan generosa, que, como hemos visto, les costó el concurso en las dos realidades.

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Corte en sección donde se observa el gran espacio del graderío de la sala principal.

En cualquier caso, en el diseño había más que una inspiración vegetal. Lo que hemos leído de labios de Cousteau está basado en las propias anotaciones de Higueras sobre uno de sus primeros bocetos. En él, de su puño y letra, podemos leer: “Gajos que crecen en helicoide como crece un caracol. Un enorme esqueleto calcinado de ballena donde anidan a su gusto los rincones del amor y la alegría. Que haya rincones poéticos al final de caminos tortuosos, que haya sorpresas. Foco radiante central que sube y baja, se alejan sus agujas radiales de sombra que se dilatan o contraen como un erizo. Fusión oceanográfica deportiva que se recorre a pie por su corteza erizada por arriba”. Entre los planos y la memoria, destacaban fotos de caracolas, erizos y estrellas de mar.

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Maqueta del proyecto irrealizado de la Ópera de Madrid de 1964 con un planteamiento muy similar.

Decía Higueras que él se presentaba a los concursos, no para ganarlos, sino para merecerlos. También decía que sus proyectos más interesantes habían sido para concursos: “Proyectos que no se han construido nunca y que yo espero que algún día se construyan”.

Quién sabe. A lo mejor todavía queda tiempo para una tercera realidad.

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Fernando Higueras recorre la cubierta de la Corona de Espinas en Madrid.

Agradecimientos: Este pequeño de juego de ficción y realidad habría sido imposible sin la colaboración e imágenes de la Fundación Fernando Higueras y sin los fantásticos renders que Quatre Caps realizó sobre algunas de las mejores obras no construidas de Higueras (Los puedes ver aquí ). ¡Muchas gracias!

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